5 MINUTOS Y BAJO
De como tener una pizca de estilo sin caer en el maldito egoblog.
jueves, 21 de diciembre de 2023
DO NOT LOOK BEHIND
domingo, 24 de septiembre de 2023
RUN, SWEETHEART, RUN
miércoles, 21 de junio de 2023
LEARN AND ADAPT
jueves, 20 de abril de 2023
IT´S 3.00 P.M. ON MY WATCH
Llevo, desde un tiempo a esta parte, acordándome más de lo normal de cuando trabajaba en el geriátrico. Sí, antes de ser un tiburón de las ventas, me dedicaba a cuidar personas. Estuve trabajando en ello algo más de 5 años. A pesar de que pagaban una miseria, me gustaba mucho el trato con los pacientes, se creaban unos vínculos que todavía perduran, aunque ya no estén vivos. Esta sensación es muy extraña, pero siento cerca a abuelitos que fallecieron hace 20 años.
Con mucho amor, recuerdo a una señora que se llamaba Conchita. Es escribir esto y sonreír. Padecía una demencia atroz, no se acordaba ni de lo que había cenado, pero sí de lo que le ocurrió en 1946. Repetía hasta la saciedad la misma frase, hasta que alguna compañera le decía: "¡Conchita, por favor, no me lo vuelvas a repetir que me vas a volver loca!". Su contestación siempre era la misma, con un ingenio y sentido del humor como pocas: "¡Hija, ten paciencia conmigo, que estoy muy olvidadiza!".
Su camino a esa enajenación mental fue un sentimiento de culpabilidad que la venció, que le acarreó ansiedad, depresión y desembocó en esa demencia tipo Alzheimer que tenía. Ella era de dormirse tarde y se venía a nuestra sala, donde preparábamos la medicación, se sentaba y siempre me decía lo mismo: "Guapo, estoy viendo el reloj y veo que son más de las once, sensación de hambre no tengo, pero acordarme de cenar, no me acuerdo...". Yo le decía que había cenado sopa, y entonces ella saltaba de la silla diciendo: "Lo tenía en la mente, pero no me lo llegaba a creer, como estoy tan olvidadiza..." Yo me reía a carcajadas y ella me decía que era un demonio, pero que me tenía que querer.
Durante el tiempo que estuve compartiendo con Conchita solo quería hacerla sentir bien, cantándole boleros, escuchándola cuando me recitaba su poesía favorita, hablándole de cosas bonitas, cantando con ella las canciones de la iglesia o criticando Torrevieja. Esto último le fastidiaba mucho porque ella se consideraba de Pata Negra, que es como llaman en dicha población a los autóctonos. Durante el año y medio de nuestra relación sentí lo que siente un nieto que tiene viva a su abuela, una fuerte conexión, preciosa y especial. Puedo afirmar que me sentía como su nieto cuando me apoyaba en su hombro y ella me acariciaba la cabeza.
Y como toda historia que se precie, esta también tiene su magia y su misterio.
Del geriátrico donde estaba ingresada, yo me fui de un día para otro. El motivo por el que abandoné el centro fue por dignidad, no podía seguir trabajando en un lugar así. No pude, por lo tanto, despedirme de ella como debería haberlo hecho, yo vivía en Orihuela y eran casi 40 km hasta Torrevieja, ¡una paliza de coche!, y tampoco me apetecía visitar el centro, así que pasaron los días, las semanas, los meses y, de repente, un año y medio, no es que no me acordara de ella, es que me daba pereza coger el coche, aparte de que mi nuevo empleo no me dejaba apenas tiempo libre. Me daba pánico pensar que ya no pudiera reconocerme, que hubiera avanzado su demencia.
Una noche, estando dormido plácidamente, soñé que iba caminando por una vereda de mi pueblo en un día soleado y muy luminoso, recuerdo especialmente la intensa luz, y que alguien me tocaba el hombro, me revolvía y era Conchita, que solo de verla me entraban ganas de reír y de abrazarla. Recuerdo que estando un rato abrazados, me invadía una sensación de paz inmensa, que me decía que como no iba a verla, ella venía a verme a mí, yo le decía que, por favor, no me lo echara en cara, le intentaba contar por qué me había marchado así, de sopetón, y ella me ponía la mano en la boca y me decía: "No te estoy echando nada en cara, guapico mío, sino que como no vas, vengo yo", seguíamos hablando, pero no recuerdo nada más. Sí que recuerdo que nos reíamos bastante en el sueño y que me decía que era un demontre, pero que me quería como algo suyo. Me levanté emocionado, el sueño había sido tan real que podía sentir hasta su olor y, sobre todo, el tacto de su mano de abuela cariñosa sobre mi hombro.
Un día llamé al geriátrico preguntando por ella y me dijeron que hacía cuatro meses que ya no estaba residiendo allí, que se había marchado a la residencia pública. En cierto modo, me dio alegría, pues ese centro estaba gestionado por una muy mala persona. Localicé el teléfono de la residencia pública de Torrevieja y llamé, me contestó una chica joven, muy de la Vega Baja, le di mi nombre completo y me pidió que esperara, me tuvieron esperando más de cinco minutos con una música espantosa tipo tono de teléfono de 2005, a continuación escuché la voz de otra señora con un acento más marcado aún, ¡la Vega Baja es densa, aquí!, me preguntó que de qué la conocía, yo le dije que trabajaba en la otra residencia y que le tenía un cariño muy grande, me dijo que el día anterior por la noche le había dado un ACV (accidente cerebrovascular), un ictus, ¡vamos!, y que estaba en la UCI y no creía que saliera, y si lo hiciera, quedaría en estado vegetativo. "¿Mi Conchita en la UCI? ¡Pobretica mía!", esas fueron mis palabras. Rompí a llorar, y mi interlocutora, al ver que seguía llorando, colgó respetuosamente.
Ella vino a mi sueño, recuerdo su cara de felicidad, su pelo-jaula y su indumentaria: una falda de tubo marrón y una blusa de manga corta. En ese estado somos más receptivos y es la forma de comunicarse que a veces tienen las almas cuando están a punto de partir. En ese sueño me dio un cariño de abuela, cariño que sabía que me hacía falta, y al acabar se despidió porque tenía que irse.
A partir del ictus, nuestra conexión se hizo más metafísica. Ella estuvo en estado vegetal durante tres años, aunque su alma ya no habitaba ese cuerpo yermo, asistido y alimentado por sondas. Fui a visitarla al hospital, tenía la mirada perdida y en sus ojos ya no estaba mi Conchita.
Tiene, en mi corazón, el hueco grande que merece, con sus historias de los coros de Torrevieja, de su primer amor y su preciosa forma de hacer ganchillo. Su maternal manera de acariciarme y su sabiduría popular forman parte de mí, están ligadas a mi alma.
Toca cerrar esta entrada y lo voy a hacer como lo hacía ella, porque lo hacía con mucha gracia. "¿Qué hora es?... ¡Pues una buena hora para cobrar una herencia!", y se marchaba riéndose. De igual forma me despido yo.
viernes, 10 de marzo de 2023
WAIT IN TWO MODES
¡Qué placer es ir al cine! Pero ese gusto lo supera el momento en que termina la película y comentas tus impresiones con tu o tus acompañantes. Además de eso, también me gusta poner el oído en modo cotilla y escuchar todo lo que comentan los vecinos de butaca. Soy capaz de mantener una conversación fluida y escuchar lo que dicen los que están sentados en 6 plazas a cada lado.
Hace relativamente poco fui a ver El Agua, película dirigida por una directora novel oriolana, rodada en su ciudad natal. La expectación fue máxima, todo oriolano viviente quería ver su ciudad reflejada en la gran pantalla.
Recuerdo que cuando me llegó la sinopsis y la leí, entendí que hablaban de una comarca, no de una ciudad, pero bueno, fui con la mente abierta, a ver qué historía me contaba Elena, que es como se llama la directora.
De la película no voy a contar nada, creo que, para juzgarla, es necesario verla, pero sí os digo que me fascinó. La historia es sencilla y profunda a la vez, hace un retrato de una generación en esta Vega Baja mía, magistral.
Fuimos al cine cuatro amigos, salimos satisfechos, con impresiones diferentes, pero nos gustó. Mientras hablábamos, mis oídos se pusieron en modo radar para captar comentarios aledaños. Procesé varias frases que abajo os enumero:
“¿Coño, tan bastos somos?” - “Chica, el padre es de Benijófar” - “Podrían haber sacado un poco la catedral, ¿no?” - “Nena, la que sale casi el final ¿es la Manolea?” - “Chacha, todo esto que cuenta, ¿es verdad?”- “¡Vaya puta mierda, vámonos a la bocatería, que me rugen las tripas!” - “Pues una de las señoras que mira a cámara es mi suegra”- “Pues yo me he quedado igual, no sé qué quiere “desir”!”.
Mis vecinos del cine no compartían el sentimiento positivo que me dejó a mí, el film. No sé si por el boca a boca, la campaña de marketing o... ¡ni idea!, pero esta gente tenía unas expectativas sobre la película que no se cumplieron. Los gustos son soberanos, como los pies, cada uno los suyos.
Pero yo me quedé dándole vueltas a la cabeza sobre las expectativas y/o esperanzas que tenemos hacia cualquier acto, persona o lo que sea, cómo llega a condicionarnos tanto en el antes como en el después, lógicamente.
Aquí me siento a escribir sobre eso: expectativas, esperanzas. ¿Son lo mismo? ¿Son un aliciente o son un peso? En mi caso siempre han pesado, mi mente tiene el don de adornarlo todo según ella crea, y cuando soy consciente de la realidad es como un cubo de hielo se vaciara en mi cabeza. Todo lo que he vivido con placer ha sido sin esperarlo, sin esperanza y sin expectativa alguna.
Entiendo que es difícil no tener un ruido mental antes de que te vaya a ocurrir un suceso, por ejemplo, que vayas a conocer a una cita Tinder, a hacer un viaje o que tengas una cena de compañeros de EGB, pero yo aquí me hago un lío, ¿son esperanzas de que todo salga de forma beneficiosa o son expectativas? Analizándolo bien, pienso que las expectativas son algo más técnico, más normativo y, por el contrario, las esperanzas, algo más de sentimiento, alma, corazón... Las expectativas pueden ser buenas o malas, pero las esperanzas son de mil formas y siempre positivas. Nunca se tiene una mala esperanza. Aunque doña Rosita, en la obra de Federico Garcia Lorca, tuviera la esperanza muerta.
Entonces me quedo aun más pensativo. ¿Poner expectativas es malo? ¿Tener esperanza es malo, igualmente? No sé bien qué decir al respecto. También os digo que recodar la obra de Lorca me hace pensar aún más: tremendo es alimentar una esperanza a sabiendas de que no va a suceder.
Demasiadas preguntas tengo en mi cabeza. Voy a planteármelo con sencillez, aplicándomelo a mi día a día. Voy a poner en altas expectativas mi asiduidad al gimnasio y la esperanza de que podré volver a meterme en la 38 de un grupo textil conocido.
¡No estaría mal! ¡No estaría nada mal!
miércoles, 28 de septiembre de 2022
L'AMOUR NAISSANT
Uno de los placeres más bonitos que experimento un sábado en los que trabajo de mañana, a parte de los 50 euros extra, es que bien temprano tengo mi ritual de llamada con mi QA, en la que nos contamos cosas que nos ha ocurrido el día anterior. Hablamos casi todos los días y en modo cotorra.
Pero la de este sábado ha sido más especial. Hacía como unos 4 días que no teníamos una conversación fluida, pues el fin de semana pasado lo disfruté en Madrid, con lo que eso conlleva: mucho caminar, mucha diversión y reencuentros con gente que quieres. Todo eso tenía que relatárselo con todo lujo de detalles, por eso lo llamé a las siete treinta y ocho, la hora a la que salí del baño.
En la conversación me centré en el reencuentro que tuve con una de mis amigas que vive allí, y le conté que en esa cita había habido confesiones, lágrimas, amor y la iniciación al Péndulo. Sí, habéis leído bien, el Péndulo como contacto con el mundo esotérico y el “mas allá”. No os podéis imaginar lo emocionado que estoy, lo adivinatorio me vuelve loco y este arte era nuevo para mí. Me sentía como un niño al despertar el seis de enero.
QA empezó a reírse, ya que me imaginaba toda la noche sentado como la escultura del escriba egipcio, sin parar de hacer preguntas y con el colgantico dando vueltas sin parar. -¿Ahora el pendulo, loco?- Me preguntó casi ahogándose de la risa.
Le pedí que me tomara en serio, porque la noche pasada había tenido una experiencia que me había emocionado, que me había hecho pensar de más y reflexionar sobre el “más allá”, pero no como lo había imaginado. Todo ello gracias a la conexión y conversación que había tenido con el Péndulo.
Antes de seguir contando la experiencia y mi reflexión, he de decir que no soy médium, no veo almas, ni me imaginéis como Jennifer Love Hewitt en la serie de TV “Entre Fantasmas”. Primero, porque soy un señor de cuarenta y seis años calvo, que no dispone de bucles perfectos ni un marido buenorro ambulanciero.
He de deciros que para empezar a conectarse con el Péndulo hay que concentrarse y pedir permiso al universo paralelo al que vamos a terminar yendo todos tarde o temprano (espero que más bien tarde que temprano). Eso fue lo que hice y la toma de contacto fue rápida, las primeras preguntas fueron más bien mundanas, sobre el trabajo, el amor y las relaciones venideras. Me respondió lo mismo que yo había preguntado a mi familiar tarotista, y no voy adelantar nada por que si ocurriese sería muy feliz.
Aunque esas cuestiones eran las que me rondaban, yo tenía en mente dos, pero me daba mucho miedo y respeto hacerlas. En un arrebato de valentía, me atreví a hacer la primera. Os avanzo que tengo un carácter hipocondríaco obsesivo, las enfermedades mortales me dan un miedo atroz y cualquier dolor que tenga, por nimio que sea, lo equiparo con lo peor que me pueda pasar.
Antes de hacer las preguntas se debe pedir permiso al ente para hacerlas, y dicha energía accede o no. Esta anotación se me olvidó citarla antes.
¿Como haría yo una pregunta sin nombrar esa enfermedad o dolencia terminal? ¿Cómo verbalizaría algo que me da repelús nombrar? ¿Debería dejar de obsesionarme con enfermedades que no tengo?, así concluí, y el Péndulo indicó “Sí”. Acto seguido un suspiro de los grandes salió de mi boca, creo recodar que hasta olía a rosas de Damasco.
La siguiente pregunta fue más difícil y con una carga emocional muy grande: ¿Puedo preguntarte por mi padre? El péndulo indicó “No”. ¡Vamos, que no quiso que le hiciera esa pregunta! Esa contestación no me la esperaba. Intenté hacerle otra pregunta: ¿Se encuentra en paz mi padre? el péndulo no se movió, lo que significa que no da respuesta. No os niego que mi desconcierto fue grande y mi emoción más. Mil preguntas me asaltaron, temores y tristeza.
Entonces intenté reconducir la conversación (una conversación de sí o no, básicamente): ¿Eres un guía espiritual que ha sido familia mía? El péndulo indicó que sí. Aquí es cuando me quedé estupefacto. No entendí nada, si ha sido familiar, ¿por qué no me respondió a las preguntas sobre mi padre? Entonces me vino una especie de luz a mi cabeza y formulé la pregunta: En el momento en que partimos de esta vida, ¿nos reencontramos con los seres queridos?, péndulo indicó Sí. Acto seguido formulé la siguiente: ¿nos reconoceremos?, el péndulo indicó NO.
Mi cabeza se llenó de mil ideas confusas y muchas cuestiones. No podía entender que el guía del péndulo, como familia mía que era, supiera quién soy, pero en el momento en que yo partiera, no nos reconoceríamos. No sé si es una idea romántica sacada del cine no poder sentir a quien has querido mucho cuando expires, esa corte de familiares que te esperan al final del túnel. Todo era mentira, según el Péndulo.
Me entró el miedo como una bocanada de aire frío, me puse en posición fetal y dejé que las ideas fluyeran sin control para que me agotase y me durmiera lo antes posible.
Antes de quedarme dormido tuve una reflexión, no sé si fruto de la enajenación por haber estado cuestionándome hasta la existencia del ser en su misma esencia, pero pienso que la composición del alma es el AMOR, el componente fuerte, no tangible, poderoso y de lo que estamos hechos. Cuando debemos partir y abandonar nuestro cuerpo, todo lo terrenal se queda, tanto como dolores, discusiones y problemas. El amor se libera del cuerpo y es aquí donde está el misterio. Por poner un ejemplo, cuando parta, mi amor se encontrará con el amor de mi padre, pero no como padre e hijo, sino como amor sin etiqueta ninguna. Los vínculos de amor no tienen ningún sustantivo, adjetivo ni pronombre, amor puro sin más, energía que conecta por siempre jamás.
Esta fue la reflexión que tuve que contarle a QA. Al terminar de explicarle todo lo que me había pasado por la cabeza, él enmudeció y se hizo un silencio, pero nada incómodo, ya que al detallarle mi reflexión, me emocioné y necesitaba tomar aire. Él me dijo que también lo necesitaba y que era una de las reflexiones que más le habían gustado.
Del amor vínculo al amor iluminador, del amor morada al amor en expansión y del amor con pronombre al amor en la más absoluta libertad.
domingo, 1 de mayo de 2022
ENERGY AND ORDER
Nos quitan las mascarillas, se acaba la era en la que todos somos guapos con halo de misterio. Podemos vernos las caras, por fin, aunque en mi puesto de trabajo tenga que seguir llevándola por considerarse espacio sanitario. ¡No sabéis lo feliz que me hace tener que aspirar pelusas químicas!
Esta grata noticia viene acompañada de muchos acontecimientos que me han ocurrido en apenas dos meses. El último es que el Covid está acechándome, pues casi todo mi grupo de amigos lo está pasando. ¡Qué pereza de pandemia! ¡Parece que no tenga fin! Una compañera querida me ha dicho que debo de ser malo de aúpa para haberme salvado de tres cercos agresivos del bichito sin que me rozara ni un solo pelo del cogote. ¡Cruzo los dedos para que siga así!
Pero estos no han sido los acontecimientos más destacables. ¡Tachán tacháaaan! Ahora vivo solo en un estudio en el famoso y multicultural barrio del Carmen, ubicado en la querida y reaccionaria ciudad de Murcia ¡Este hecho me tiene muy, pero que muy ilusionado! ¡No sabéis cuánto!
Tanto que debo contar cómo se materializó dicho suceso. Como va siendo una tónica en mi vida desde hace algún tiempo atrás, todo empezó con un viaje que hice para visitar a mi familia catalana. Parece que cuando nos juntamos, se produce una especie de conjunción energética que libera un haz de cambio que me hace moverme de una forma brusca.
El viaje fue al pirinéo gerundés, más concretamente a Campelles, un pintoresco pueblo que tiene en su haber mas esteladas que casas y unas piedras volcánicas que son de la época de Pangea. Esto me perturba bastante. La reunión fue en un complejo de apartamentos preciosos con vistas a un prado y a un bosque de castaños. La neblina que nos acompañó todo el fin de semana impedía que viéramos mas allá de diez metros. En medio de ese prado había una vaca que había cagado y parido casi al mismo tiempo, esto me perturba más aún.
Llegué anocheciendo y el termómetro se desplomó hasta los 2 grados. El frío era terrible, pero se paliaba con el calor de nuestras discusiones sobre cualquier tema. Por poner un ejemplo, si hay una frase que caracterice a la familia Pérez, esta es : “¿Me vas a dejar que hable?” Aunque dicha con mucho amor, también os lo digo. Los Pérez no celebramos comida o cena en la que no haya una polémica, una guitarra y el desafine de los vinos de más. Digamos que solo se salva un primo mío, que quiero como parte mía que es, que es el único que afina, y esto ya es para quererlo.
El último día de mi estancia allí me encargaron la buena labor de vigilar que se doraran unas cintas de tocino en el horno. Intuí que tardarían más de 40 minutos, así que me fui al apartamento donde estaba mi primo mayor (tengo muchos primos catalanes, como habéis leído), quien atesora la mayor parte de los vídeos que existen de mi familia. Empezamos a rebuscar en su disco duro y encontramos uno especial: un cortometraje de 1993 que recoge el momento del cante de misa de mi otro primo, sacerdote, en la Ciudad Condal. Recuerdo que la familia entera acudimos a tan bonito acto.
El vídeo comenzaba con una comida en el jardín de una pequeña casita que tenían mis tíos en el barrio de la Taxonera, cerca del complejo hospitalario Vall d’ Hebron. De repente, yo hacía acto de presencia con un pelazo que ni Tom Jones. ¿Quién no tiene pelazo con 17 años? Ese volumen solo es propio de esa edad, junto con los granos en la barbilla y los surcos nasales, amén de la grasa capilar. De pronto, se oía a mi padre y, acto seguido, lo enfocaban diciéndonos que éramos muy lentos, que, o salíamos de la casa o se iba solo. ¡Cómo se cabreaba en aquella época, mi señor padre! ¡Tenía un carácter como una pólvora! Me emocionó mucho verlo tan joven, sin que nada le doliese, regañándonos, pero feliz de ver a casi toda la familia unida. Fue un momento agridulce, ya que, por un lado, me dio alegría verlo, pero, por otro lado, me produjo una tristeza enorme, y los sentimientos me abocaron al llanto de la emoción de un duelo que se resiste a finalizar.
Y en esas estaba cuando de repente, así, como si nada, se oyó claramente mi nombre completo. Un grito que hizo que virara de un estado melancólico y triste a un estado de alerta. ¿Qué cojones había hecho yo para que se oyera “Antonio” de forma tan exacerbada?
“¡El tocino se ha chamuscado, la casa huele a quemado!". "¡Como si no fuera poco lo de la vaca!". "¡Para una cosa que te encargo!” Estas frases las pronunció una prima mía cargada de razón y nervio. Intenté explicarle que me había emocionado, pero no me dejaba terminar, se ponía más nerviosa todavía, decía que no metiera a mi difunto padre como excusa en mi falta de atención en una tarea que me había encomendado. Y con esto me callé.
Me volví a la Vega Baja, con el frío metido en el cuerpo, pero con la sensación de que ese viaje me abría una puerta. Algo se venia de nuevo
Quince días después encontré en Idealista un loft pequeño, aunque muy bonito, por las fotos me imaginé viviendo allí. Cuando hice la visita con el guapo agente, sentí que un nuevo comienzo estaba a la vuelta de la esquina. ¡Volver a empezar! Esa historia es digna de contarla en otra entrada. ¡La próxima, para ser exactos!
Pero antes de dar por finalizado este relato siento la necesidad de brindar mirando al cielo y hacia el norte, porque cuando me junto con mi familia soy muy feliz, pero que muy feliz. De esa felicidad solo pueden venir cosas bonitas, aunque nos gritemos y nos quitemos la palabra, porque "Todo no va a ser pan de gloria".