jueves, 21 de diciembre de 2023

DO NOT LOOK BEHIND



Hace diez años escribí que la vida con treinta y siete es anodina, que no ocurre nada relevante. Pues aquí estoy, con cuarenta y siete, y poco más puedo decir. Llevo tres meses haciéndome a la idea, y poco puedo decir. Cuarenta y siete, coño. 

 Una cosa que me gustaría destacar sobre el paso del tiempo es el cómo vamos cambiando para adaptarnos a las situaciones que solemos vivir. Aquel chico que veía la vida insulsa a los treinta y siete no es el señor que ahora tiene diez años más. No estoy quejándome para nada, todo tiene su finalidad. 

 Desde hace algo más de dos años estoy trabajando en una óptica que tiene varias sucursales repartidas por toda Murcia. Pues hace relativamente poco, tuvimos una incorporación nueva, una chica con mucha vitalidad y disposición a la hora de hacer cualquier ocupación. Al tratar de enseñarle la forma de actuar acorde a la empresa en la que estamos contratados, me suelta un “es que yo soy así”. Ella no tiene por qué saber que esa dichosa frase la odio más que el demonio a la cruz de Santiago, esa declaración de intenciones me repatea mucho. Era la frase que me repetía alguien que he querido para desentenderse de todo lo que era obligación para con dos e imponer solo su apetencia para uno. Lo repito, ella no lo sabía, pero le cayó una reprimenda. 

 Independientemente de la connotación que tiene para mí, decir “Yo soy así” es muy poco acertado, porque no creo que nuestra forma de ser o de ver las cosas sea algo que se quede intacto en nosotros al pasar la pubertad. No soy el mismo que escribí un texto hace diez años hablando de lo anodino de tener treinta y siete, vuelvo a repetir, tampoco soy el mismo que trabajaba en la zapatería, ya que ahora vendo gafas, como no soy el mismo de antes del Covid, ya que estoy más gordo, ni tampoco soy el mismo de cuando murió mi padre, ahora la vida la veo con otro tipo de esperanza, tampoco soy el mismo de cuando terminé la relación con BK, porque creo que cometí un error y me acuerdo bastante de él, y tampoco soy el mismo de cuando me despidieron de Afflelou, porque allí no tenía ilusión y ahora, trabajando en Multióptiocas, la tengo. 

 Esto último tengo que desarrollarlo. La incorporación fue, justamente, después del cese no voluntario y con el motivo que se pasó de boca a boca: "Trabaja poco, y lo poco que trabaja, lo hace mal". Tal afirmación hizo que mi autoestima estuviera a niveles bajos y la inseguridad en todo lo alto. Así empecé mi primer día, con esa frase en mi cabeza, pero tuve una buena sensación cuando me recibió la primera compañera. Aún recuerdo su frase: “A ti no te tengo que explicar casi nada, vienes bien aprendido”. ¡Suerte que llevábamos mascarillas en aquella época, si no, mi emoción se hubiera visualizado! El tiempo fue pasando y las conexiones se hicieron buenas, en general. Me sorprendía que personas que nada tenían que ver contigo pasaban a ser más que compañeros. Es una empresa que te deja poco al margen de la improvisación, todo está esquematizado y, contra todo pronóstico, me gusta.

 Hace poco celebramos una cena de empresa donde tuvimos algunas bajas, pero estábamos gran parte de la plantilla. Allí, rodeado de chicas, con sus variopintos estilismos, que me gusta criticar, vino y cerveza. Una comida que a algunos gustaba más que a otros, riéndonos de cualquier suceso que ocurre en el trabajo o haciendo mofa de mis zuecos Birkenstock con calcetines de lana. Mirando de un lado a otro pensé: ¡Ni tan mal, qué a gusto estoy de estar aquí, tía! No todo es felicidad explosiva tóxica, ¡no!, pero sí que me encuentro en un lugar de trabajo donde me siento yo, en donde intento quedarme con lo bueno de cada uno, o lo menos malo. La precisión en el trabajo se lo debo a una, el quitarle importancia a las cosas se lo debo a otra, llegar puntual es cosa mía, dejar casi todo anotado se lo debo a varias, poner una sonrisa mientras digo hija de de fruta por dentro se lo debo a una en especial, no hacer las cosas con prisa es parte de otra, la dulzura y el saber vestir es simbiosis de una y yo, la dulzura y los días libres que tengo que cubrir son parte de una, cambiar los nombres de los compañeros se lo debo a una querida..., así hasta 22.

 Hace unos meses que me cruzo, casi a diario, con mis antiguos compañeros, a los que, por decisión propia, dejé de hablar. En esos cruces tengo varias sensaciones que me vienen a la cabeza, pero siempre acabo con el mismo pensamiento, que es: "Gracias por despedirme, gracias inmensas". Con el paso del tiempo esa relación no era sana para ninguna de las dos partes. Ellos dieron el primer paso, y yo lo concluí.

 Si no hubiera ocurrido esto, nunca hubiera entrado a trabajar donde estoy ahora y, por lo tanto, nunca los hubiera conocido, y eso hubiera supuesto un fastidio, una gran faena.



 

domingo, 24 de septiembre de 2023

RUN, SWEETHEART, RUN

Otro cumpleaños que celebro fuera de Murcia. Lo estoy convirtiendo en una sana costumbre. Este año me ha gustado cumplir 47, no sabría explicarlo... es una sensación de plenitud, ¡sin ser yo nada de eso! 


 Por la noche, tuve una larga conversación telefónica con mi amiga Victoria, durante la cual, nos dio por soñar con que organizábamos una fiesta temática para celebrarlo, a donde acudiríamos todos caracterizados o inspirados en la película Casablanca. Nos encanta fantasear sobre cómo iríamos los dos, súper elegantes y chic, sin duda. Pero también nos dio por reírnos de alguna o alguno imaginando su posible indumentaria. Lo cierto es que cuando cumplimos 40 años hicimos una prom party ¡y fue la leche!


 Y haciendo suposiciones y riéndonos de cierto sector de invitados que vendrían, seguro, con un disfraz de los chinos, a Victoria se le ocurrió decir que seguramente también alguna se perdería y vendría disfrazada de Amélie. Carcajada máxima. no había terminado de reírme cuando Victoria me cuenta, a colación de Amélie (película que me enamora cada vez que la veo, ¡y ya van muchas!), que ha leído un artículo que destripa el film argumentando que la personalidad del personaje, magistralmente interpretado por Audrey Tattou, es contraproducente en la época en la que vivimos y tóxica a más no poder. En ese momento le entró una llamada a mi amiga y tuvimos que cortar la conversación. Entiendo que esta mezcla de temas sin concluir os produzca un poco de confusión, pero quien nos conoce sabe de la dispersión crónica que padecemos.


 Terminé mi cumpleaños pensando de más en esa publicación. La primera vez que vi Amélie fue en el cine, fui solo y salí súper feliz. En la época en que la estrenaron yo estaba a un tiro de piedra de sentirme bien siendo gay, fue el empujón que necesitaba. Un personaje que había vivido escondido, que nunca se había permitido ser feliz (o eso es lo que yo pensaba). En dicho artículo se cataloga a la película de racista, al no incluir ningún personaje de otras etnias, mostrando un París que dista mucho de la realidad, que edulcora a un acosador y cuya protagonista se dedica a hacer feliz a todo el que la rodea, sin pensar en qué le hace sentir plena a ella, y sin ser consciente de que, en realidad, al contrario de lo que cree, lo que hace es establecer relaciones tóxicas con todos y cada uno del resto de personajes. Dicho sindrome tiene un nombre, como no, en ingles: Manic pixie dream Girl. 



 En fin, mi objetivo en este escrito no es valorar esta crítica, sino hablaros sobre las diferentes personalidades que nos encontramos a lo largo de nuestra vida, que, en los inicios parecen una cosa y luego, al cabo del tiempo, son otra bien diferente, como en la película de Amélie, dependiendo de la visión del periodista de turno. Al principio son como aire fresco que te envuelve con la brisa madre de Pocahontas, para luego transformarse en Golum, por ejemplo.



 Ser confidente de mis amigos y las ajetreadas experiencias por mí vividas me ha aportado herramientas suficientes para identificar tanto a tipos de personas con las cuales envejecer es maravilloso y sabes que podrás contar con ellas siempre, como a individuos que lo mejor que puedes hacer es andar rápido y que no te pille. Si algo huele mal, no son prejuicios, huele mal y punto.



 Abajo te dejo unos tips, por si te sirve. ¡A mí me hubieran venido de bien, de haberlos sabido antes! 



 . Si en la primera cita te habla de enfermedades varias que padece familia cercana, huye, cari. 



 • Si estás intentando decir una frase en la conversación, aunque sea que vas al aseo, huye, cari.



 • Si de todo lo que estas contando, elle, o lo tiene mejor o está peor, huye y bloquea, cari. 


 • Hablar de "exs" siempre es un error, o por lo menos es lo que pienso yo, aunque aquí tengo mis dudas. Espérate, cari.


 • Si pasa toda la conversación adulándote, pero no para de mirar el móvil, espérate, porque es posible que tengas final feliz, pero no repitas, cari. 


 • Si te pasas todo el encuentro riendo y comiendo, debes quedarte, cari. 


 • Si te pareces mucho a elle, seréis amigas, entonces, a tu elección, o huye o te quedas, cari. 


 • Si fuerza el tono de voz para para parecerse a Constantino Romero (la voz de Dart Vader), quédate un tiempo prudencial por cortesía y huye, cari.



 Son consejos que te doy, pero estoy seguro de que tu vocecita interior también lo hará, esa misma que resuena en la cabeza o, incluso, grita. Dicen que es la conciencia, pero creo que es tu “yo” de vidas pasadas que alberga más experiencias que tu “yo” actual y por eso te advierte. La conciencia es lo más fiel que tendras en la vida, aunque pensándomelo mejor, tener una amiga como Victoria con la que compartir secretos, vivencias y cotorrear es una buena suma ya que podrás hablar de la experiencia de la primera o la segunda cita, de artículos de prensa que dan para tertulia, del color pantone del otoño, que casi siempre es morado, de por qué no te llama quien debería hacerlo y de secretos que da vergüenza verbalizar, pero que con ella da gusto hacerlo porque no existe un ápice de prejuicio. 



 Si has tenido la suerte de encontrarte con una amiga asi, la vocecita y yo te decimos alto y claro: ¡quédate, cari, pero quédate para toda la vida!



 

miércoles, 21 de junio de 2023

LEARN AND ADAPT

Viniendo en coche de la playa a casa, recordé que veintiséis años atrás hacía ese recorrido para visitar a una amiga que trabajaba en una heladería. Íbamos en mi Opel Kadett, que hacía un ruido de tractor espantoso, cinco personas por esta misma carretera, aunque en aquella época era totalmente diferente, tardábamos más de hora y media en llegar cuando ahora se recorre en poco menos de 30 minutos.

 Esa era uno de mis pensamientos, que cómo ha cambiado todo en veintiséis años. Recordaba el coche con radio-cassette, sin aire acondicionado, la música grunge, los pantalones de campana. Los móviles se usaban simplemente para llamar y enviar mensajes de texto. La forma de conocer gente era en locales donde bebías y bailabas, paseando por alguna playa o ciudad y en alguna cita a ciegas que algún amigo-enemigo te concertaba. Todo como en la época muy muy antigua, allá por los 90´s.

 Esto último me dio que pensar lo que ha cambiado todo a la hora de entablar contactos. Este tema lo comento casi a diario con dos amigos cuando nos vemos o hablamos por teléfono. No son conversaciones de abuelo cebolleta donde nos vanagloriamos de que todo tiempo pasado fue mejor, no, es que queremos adaptarnos al nuevo medio. 

 Ya sabemos que todo gira en torno a las APPs y las empresas que ven el amor como un filón comercial.

 Mis experiencias han sido variadas, desde encontrar amigos, un amor o situaciones un tanto marcianas. Podría relatar muchas, pero no es el tema, aunque si veo que puedo meter alguna anécdota lo haré.

 Las aplicaciones hacen que ligar sea mas cómodo y más impersonal. Empezamos con un catálogo de fotos con descripciones abiertas y bonitas que a todo el mundo gustan, luego, cuando intimas ( en conversaciones claro) se enseñan las cartas de golpe. Este hecho es un poco agobiante para mí, llamadme romántico, pero me gusta descubrir gustos y vivencias cuando conversas, comes o paseas. Hace poco uno me dijo que le gustaba todo el olor mío, decía que desde donde estaba sentado podía intuir el olor de mi cerumen… yo pensé lo mismo que habéis pensado: cita concluida y contacto eliminado. 

 Tengo una amiga especial que cuando le relato todo lo me ocurre en estas aplicaciones siempre tiene la misma respuesta: “¡Qué pereza de redes, de fotos y de primeras citas, solo por eso no dejo a mi novio!”. ¡A ver si va a tener razón! 

 Retomando las conversaciones que tenia con mis amigos, uno de los puntos clave y donde más enfatizamos es que nos perdemos con tanta terminología inglesa . Se ha etiquetado todo comportamiento en sustantivos anglosajones. Os voy a detallar algunos con las descripciones hechas por un humilde servidor:

 - Ghosting: Es tener vergüenza a decir que no, en resumidas cuentas, aunque la tecnología ha hecho que dando a la opción “bloquear”, toda esa vergüenza desaparezca, hasta el sentimiento de culpa. Entonces la persona se esfuma y sus conversaciones dejan de existir, como un fantasma. 

 - Lovebom: Este término me tiene loco y me asombra a partes iguales. Significa pasar una noche de cita perfecta que empieza con una cena en un local de moda y acaba en la cama, todo es tan fabuloso que incluso ves amanecer en su hombro apoyado. Supongamos que ocurre un miércoles, pues el sábado dejas de ser esa persona ideal, esa alma gemela que se había pasado toda su vida buscando, que el miércoles eras tú , pero ahora no lo eres, Osea, una explosión de amor que ha durado un BOOOM. La Jurado ya lo adelantó en su canción “Como una Ola”. 

-Dry texting: Esto es lo que más nervioso me pone. Es contestar con monosílabos a los textos que envías. Es una forma suave y poco elegante de mostrar el escaso interés que te da alguien con quien chateas o estás iniciando algo. Cuando me contestan con un JAJAJA, para mí la conversación está terminada. Mención aparte es cuando preguntas cómo ha ido el día y te responden que “Bien” y el clásico “Y tú?”, sabiendo que le importas un pimiento. Aquí soy fan del meme de tia Dolores cuando le preguntan cómo está y ella pone : Fatal, gracias ( emoji de beso con corazón) 

 - Benching: Se trata de tener varias personas a la espera, porque no te quieres decidir o no tienes claro cuál elegir, o eres un poco zorra y quieres tener una agenda llena de contactos enamorados de ti. Por supuesto, dicha información ninguno de los contactos la tiene. Esto debería aparecerte como alerta en el móvil, como cuando viene una DANA o Fuckushima decide radiarnos más. No puedo ir de digno, que conste, ya que lo he hecho y como castigo lo han hecho conmigo.

 Y para concluir, el último término, del que yo soy fan. 

 - Gatsbying: subir contenido a tus redes sociales para que esa persona, de la cual estás colada hasta los huesos, lo vea. Normalmente, tus seguidores no entienden mucho ni esa música ni esas frases, pero ellos no son los destinatarios, ¡que se toquen la nariz!. Voy a contar un secreto, varias de mis publicaciones de música que he colgado en un pasado no muy lejano iban dirigidas a una persona que pasa de mí lo más grande. También digo que hace un tiempo que ya no lo hago.

 Hay muchos términos de estos que mis amigos y yo discutimos casi a diario, sobre cómo nos cuesta identificarlo cuando lo hacemos y que rápido lo detectamos cuando somos la víctima. Esta nueva época me descoloca bastante, ya que cada día es algo nuevo y no tengo tiempo real para interiorizar términos, aplicaciones y demás elementos para no estar obsoleto en este universo tecnológico. ¡Qué complicado es conocer gente ahora! Todo lo hacen con algoritmos y demás ecuaciones, con lo sencillo que es sentir.

 Voy a intentar dejar el “click”, cerrar el teléfono o pc y salir a donde haga falta, encuentres a alguien o no. De hecho, voy a llamar a Eladio y a Victoria para tomarme una cerveza con ellos. ¡Hasta luego, chicos!



jueves, 20 de abril de 2023

IT´S 3.00 P.M. ON MY WATCH

 Llevo, desde un tiempo a esta parte, acordándome más de lo normal de cuando trabajaba en el geriátrico. Sí, antes de ser un tiburón de las ventas, me dedicaba a cuidar personas. Estuve trabajando en ello algo más de 5 años. A pesar de que pagaban una miseria, me gustaba mucho el trato con los pacientes, se creaban unos vínculos que todavía perduran, aunque ya no estén vivos. Esta sensación es muy extraña, pero siento cerca a abuelitos que fallecieron hace 20 años.


Con mucho amor, recuerdo a una señora que se llamaba Conchita. Es escribir esto y sonreír. Padecía una demencia atroz, no se acordaba ni de lo que había cenado, pero sí de lo que le ocurrió en 1946. Repetía hasta la saciedad la misma frase, hasta que alguna compañera le decía: "¡Conchita, por favor, no me lo vuelvas a repetir que me vas a volver loca!". Su contestación siempre era la misma, con un ingenio y sentido del humor como pocas: "¡Hija, ten paciencia conmigo, que estoy muy olvidadiza!".


Su camino a esa enajenación mental fue un sentimiento de culpabilidad que la venció, que le acarreó ansiedad, depresión y desembocó en esa demencia tipo Alzheimer que tenía. Ella era de dormirse tarde y se venía a nuestra sala, donde preparábamos la medicación, se sentaba y siempre me decía lo mismo: "Guapo, estoy viendo el reloj y veo que son más de las once, sensación de hambre no tengo, pero acordarme de cenar, no me acuerdo...". Yo le decía que había cenado sopa, y entonces ella saltaba de la silla diciendo: "Lo tenía en la mente, pero no me lo llegaba a creer, como estoy tan olvidadiza..." Yo me reía a carcajadas y ella me decía que era un demonio, pero que me tenía que querer.


Durante el tiempo que estuve compartiendo con Conchita solo quería hacerla sentir bien, cantándole boleros, escuchándola cuando me recitaba su poesía favorita, hablándole de cosas bonitas, cantando con ella las canciones de la iglesia o criticando Torrevieja. Esto último le fastidiaba mucho porque ella se consideraba de Pata Negra, que es como llaman en dicha población a los autóctonos. Durante el año y medio de nuestra relación sentí lo que siente un nieto que tiene viva a su abuela, una fuerte conexión, preciosa y especial. Puedo afirmar que me sentía como su nieto cuando me apoyaba en su hombro y ella me acariciaba la cabeza.


Y como toda historia que se precie, esta también tiene su magia y su misterio.


Del geriátrico donde estaba ingresada, yo me fui de un día para otro. El motivo por el que abandoné el centro fue por dignidad, no podía seguir trabajando en un lugar así. No pude, por lo tanto, despedirme de ella como debería haberlo hecho, yo vivía en Orihuela y eran casi 40 km hasta Torrevieja, ¡una paliza de coche!, y tampoco me apetecía visitar el centro, así que pasaron los días, las semanas, los meses y, de repente, un año y medio, no es que no me acordara de ella, es que me daba pereza coger el coche, aparte de que mi nuevo empleo no me dejaba apenas tiempo libre. Me daba pánico pensar que ya no pudiera reconocerme, que hubiera avanzado su demencia.


Una noche, estando dormido plácidamente, soñé que iba caminando por una vereda de mi pueblo en un día soleado y muy luminoso, recuerdo especialmente la intensa luz, y que alguien me tocaba el hombro, me revolvía y era Conchita, que solo de verla me entraban ganas de reír y de abrazarla. Recuerdo que estando un rato abrazados, me invadía una sensación de paz inmensa, que me decía que como no iba a verla, ella venía a verme a mí, yo le decía que, por favor, no me lo echara en cara, le intentaba contar por qué me había marchado así, de sopetón, y ella me ponía la mano en la boca y me decía: "No te estoy echando nada en cara, guapico mío, sino que como no vas, vengo yo", seguíamos hablando, pero no recuerdo nada más. Sí que recuerdo que nos reíamos bastante en el sueño y que me decía que era un demontre, pero que me quería como algo suyo. Me levanté emocionado, el sueño había sido tan real que podía sentir hasta su olor y, sobre todo, el tacto de su mano de abuela cariñosa sobre mi hombro.


Un día llamé al geriátrico preguntando por ella y me dijeron que hacía cuatro meses que ya no estaba residiendo allí, que se había marchado a la residencia pública. En cierto modo, me dio alegría, pues ese centro estaba gestionado por una muy mala persona. Localicé el teléfono de la residencia pública de Torrevieja y llamé, me contestó una chica joven, muy de la Vega Baja, le di mi nombre completo y me pidió que esperara, me tuvieron esperando más de cinco minutos con una música espantosa tipo tono de teléfono de 2005, a continuación escuché la voz de otra señora con un acento más marcado aún, ¡la Vega Baja es densa, aquí!, me preguntó que de qué la conocía, yo le dije que trabajaba en la otra residencia y que le tenía un cariño muy grande, me dijo que el día anterior por la noche le había dado un ACV (accidente cerebrovascular), un ictus, ¡vamos!, y que estaba en la UCI y no creía que saliera, y si lo hiciera, quedaría en estado vegetativo. "¿Mi Conchita en la UCI? ¡Pobretica mía!", esas fueron mis palabras. Rompí a llorar, y mi interlocutora, al ver que seguía llorando, colgó respetuosamente.


Ella vino a mi sueño, recuerdo su cara de felicidad, su pelo-jaula y su indumentaria: una falda de tubo marrón y una blusa de manga corta. En ese estado somos más receptivos y es la forma de comunicarse que a veces tienen las almas cuando están a punto de partir. En ese sueño me dio un cariño de abuela, cariño que sabía que me hacía falta, y al acabar se despidió porque tenía que irse.


A partir del ictus, nuestra conexión se hizo más metafísica. Ella estuvo en estado vegetal durante tres años, aunque su alma ya no habitaba ese cuerpo yermo, asistido y alimentado por sondas. Fui a visitarla al hospital, tenía la mirada perdida y en sus ojos ya no estaba mi Conchita.


Tiene, en mi corazón, el hueco grande que merece, con sus historias de los coros de Torrevieja, de su primer amor y su preciosa forma de hacer ganchillo. Su maternal manera de acariciarme y su sabiduría popular forman parte de mí, están ligadas a mi alma.


Toca cerrar esta entrada y lo voy a hacer como lo hacía ella, porque lo hacía con mucha gracia. "¿Qué hora es?... ¡Pues una buena hora para cobrar una herencia!", y se marchaba riéndose. De igual forma me despido yo.






viernes, 10 de marzo de 2023

WAIT IN TWO MODES




 ¡Qué placer es ir al cine! Pero ese gusto lo supera el momento en que termina la película y comentas tus impresiones con tu o tus acompañantes. Además de eso, también me gusta poner el oído en modo cotilla y escuchar todo lo que comentan los vecinos de butaca. Soy capaz de mantener una conversación fluida y escuchar lo que dicen los que están sentados en 6 plazas a cada lado.


Hace relativamente poco fui a ver El Agua, película dirigida por una directora novel oriolana, rodada en su ciudad natal. La expectación fue máxima, todo oriolano viviente quería ver su ciudad reflejada en la gran pantalla.


Recuerdo que cuando me llegó la sinopsis y la leí, entendí que hablaban de una comarca, no de una ciudad, pero bueno, fui con la mente abierta, a ver qué historía me contaba Elena, que es como se llama la directora.


De la película no voy a contar nada, creo que, para juzgarla, es necesario verla, pero sí os digo que me fascinó. La historia es sencilla y profunda a la vez, hace un retrato de una generación en esta Vega Baja mía, magistral.


Fuimos al cine cuatro amigos, salimos satisfechos, con impresiones diferentes, pero nos gustó. Mientras hablábamos, mis oídos se pusieron en modo radar para captar comentarios aledaños. Procesé varias frases que abajo os enumero:


“¿Coño, tan bastos somos?” - “Chica, el padre es de Benijófar” -  “Podrían haber sacado un poco la catedral, ¿no?” - “Nena, la que sale casi el final ¿es la Manolea?” - “Chacha, todo esto que cuenta, ¿es verdad?”- “¡Vaya puta mierda, vámonos a la bocatería, que me rugen las tripas!” - “Pues una de las señoras que mira a cámara es mi suegra”- “Pues yo me he quedado igual, no sé qué quiere “desir”!”.


Mis vecinos del cine no compartían el sentimiento positivo que me dejó a mí, el film. No sé si por el boca a boca, la campaña de marketing o... ¡ni idea!, pero esta gente tenía unas expectativas sobre la película que no se cumplieron. Los gustos son soberanos, como los pies, cada uno los suyos.


Pero yo me quedé dándole vueltas a la cabeza sobre las expectativas y/o esperanzas que tenemos hacia cualquier acto, persona o lo que sea, cómo llega a condicionarnos tanto en el antes como en el después, lógicamente.


Aquí me siento a escribir sobre eso: expectativas, esperanzas. ¿Son lo mismo? ¿Son un aliciente o son un peso? En mi caso siempre han pesado, mi mente tiene el don de adornarlo todo según ella crea, y cuando soy consciente de la realidad es como un cubo de hielo se vaciara en mi cabeza. Todo lo que he vivido con placer ha sido sin esperarlo, sin esperanza y sin expectativa alguna.


Entiendo que es difícil no tener un ruido mental antes de que te vaya a ocurrir un suceso, por ejemplo, que vayas a conocer a una cita Tinder, a hacer un viaje o que tengas una cena de compañeros de EGB, pero yo aquí me hago un lío, ¿son esperanzas de que todo salga de forma beneficiosa o son expectativas? Analizándolo bien, pienso que las expectativas son algo más técnico, más normativo y, por el contrario, las esperanzas, algo más de sentimiento, alma, corazón... Las expectativas pueden ser buenas o malas, pero las esperanzas son de mil formas y siempre positivas. Nunca se tiene una mala esperanza. Aunque doña Rosita, en la obra de Federico Garcia Lorca, tuviera la esperanza muerta.


Entonces me quedo aun más pensativo. ¿Poner expectativas es malo? ¿Tener esperanza es malo, igualmente? No sé bien qué decir al respecto. También os digo que recodar la obra de Lorca me hace pensar aún más: tremendo es alimentar una esperanza a sabiendas de que no va a suceder.


Demasiadas preguntas tengo en mi cabeza. Voy a planteármelo con sencillez, aplicándomelo a mi día a día. Voy a poner en altas expectativas mi asiduidad al gimnasio y la esperanza de que podré volver a meterme en la 38 de un grupo textil conocido.


¡No estaría mal! ¡No estaría nada mal!






miércoles, 28 de septiembre de 2022

L'AMOUR NAISSANT

 Uno de los placeres más bonitos que experimento un sábado en los que trabajo de mañana, a parte de los 50 euros extra, es que bien temprano tengo mi ritual de llamada con mi QA, en la que nos contamos cosas que nos ha ocurrido el día anterior. Hablamos casi todos los días y en modo cotorra.

Pero la de este sábado ha sido más especial. Hacía como unos 4 días que no teníamos una conversación fluida, pues el fin de semana pasado lo disfruté en Madrid, con lo que eso conlleva: mucho caminar, mucha diversión y reencuentros con gente que quieres. Todo eso tenía que relatárselo con todo lujo de detalles, por eso lo llamé a las siete treinta y ocho, la hora a la que salí del baño.


En la conversación me centré en el reencuentro que tuve con una de mis amigas que vive allí, y le conté que en esa cita había habido confesiones, lágrimas, amor y la iniciación al Péndulo. Sí, habéis leído bien, el Péndulo como contacto con el mundo esotérico y el “mas allá”. No os podéis imaginar lo emocionado que estoy, lo adivinatorio me vuelve loco y este arte era nuevo para mí. Me sentía como un niño al despertar el seis de enero. 



QA empezó a reírse, ya que me imaginaba toda la noche sentado como la escultura del escriba egipcio, sin parar de hacer preguntas y con el colgantico dando vueltas sin parar. -¿Ahora el pendulo, loco?-  Me preguntó casi ahogándose de la risa.


Le pedí que me tomara en serio, porque la noche pasada había tenido una experiencia que me había emocionado, que me había hecho pensar de más y reflexionar sobre el “más allá”, pero no como lo había imaginado. Todo ello gracias a la conexión y conversación que había tenido con el Péndulo. 


Antes de seguir contando la experiencia y mi reflexión, he de decir que no soy médium, no veo almas, ni me imaginéis como Jennifer Love Hewitt en la serie de TV “Entre Fantasmas”. Primero, porque soy un señor de cuarenta y seis años calvo, que no dispone de bucles perfectos ni un marido buenorro ambulanciero.


He de deciros que para empezar a conectarse con el Péndulo hay que concentrarse y pedir permiso al universo paralelo al que vamos a terminar yendo todos tarde o temprano (espero que más bien tarde que temprano). Eso fue lo que hice y la toma de contacto fue rápida, las primeras preguntas fueron más bien mundanas, sobre el trabajo, el amor y las relaciones venideras. Me respondió lo mismo que yo había preguntado a mi familiar tarotista, y no voy adelantar nada por que si ocurriese sería muy feliz.


Aunque esas cuestiones eran las que me rondaban, yo tenía en mente dos, pero me daba mucho miedo y respeto hacerlas. En un arrebato de valentía,  me atreví a hacer la primera.  Os avanzo que tengo un carácter hipocondríaco obsesivo, las enfermedades mortales me dan un miedo atroz y cualquier dolor que tenga, por nimio que sea, lo equiparo con lo peor que me pueda pasar. 


Antes de hacer las preguntas se debe pedir permiso al ente para hacerlas, y dicha energía accede o no. Esta anotación se me olvidó citarla antes.


¿Como haría yo una pregunta sin nombrar esa enfermedad o dolencia terminal? ¿Cómo verbalizaría algo que me da repelús nombrar? ¿Debería dejar de obsesionarme con enfermedades que no tengo?, así concluí, y el Péndulo indicó “Sí”. Acto seguido un suspiro de los grandes salió de mi boca, creo recodar que hasta olía a rosas de Damasco.


La siguiente pregunta fue más difícil y con una carga emocional muy grande: ¿Puedo preguntarte por mi padre? El péndulo indicó “No”. ¡Vamos, que no quiso que le hiciera esa pregunta! Esa contestación no me la esperaba. Intenté hacerle otra pregunta: ¿Se encuentra en paz mi padre? el péndulo no se movió, lo que significa que no da respuesta. No os niego que mi desconcierto fue grande y mi emoción más. Mil preguntas me asaltaron, temores y tristeza. 


Entonces intenté reconducir la conversación (una conversación de sí o no, básicamente): ¿Eres un guía espiritual que ha sido familia mía? El péndulo indicó que sí. Aquí es cuando me quedé estupefacto. No entendí nada, si ha sido familiar, ¿por qué no me respondió a las preguntas sobre mi padre? Entonces  me vino una especie de luz a mi cabeza y formulé la pregunta: En el momento en que partimos de esta vida, ¿nos reencontramos con los seres queridos?, péndulo indicó Sí. Acto seguido formulé la siguiente: ¿nos reconoceremos?, el péndulo indicó NO. 


Mi cabeza se llenó de mil ideas confusas y muchas cuestiones. No podía entender que el guía  del péndulo, como familia mía que era, supiera quién soy, pero en el momento en que yo partiera, no nos reconoceríamos. No sé si es una idea romántica sacada del cine no poder sentir a quien has querido mucho cuando expires, esa corte de familiares que te esperan al final del túnel. Todo era mentira, según el Péndulo. 


Me entró el miedo como una bocanada de aire frío, me puse en posición fetal y dejé que las ideas fluyeran sin control para que me agotase y me durmiera lo antes posible.


Antes de quedarme dormido tuve una reflexión, no sé si fruto de la enajenación por haber estado cuestionándome hasta la existencia del ser en su misma esencia, pero pienso que la composición del alma es el AMOR, el componente fuerte, no tangible, poderoso y de lo que estamos hechos. Cuando debemos partir y abandonar nuestro cuerpo, todo lo terrenal se queda, tanto como dolores, discusiones y problemas. El amor se libera del cuerpo y es aquí donde está el misterio. Por poner un ejemplo, cuando parta, mi amor se encontrará con el amor de mi padre, pero no como padre e hijo, sino como amor sin etiqueta ninguna. Los vínculos de amor no tienen ningún sustantivo, adjetivo ni pronombre, amor puro sin más, energía que conecta por siempre jamás.


Esta fue la reflexión que tuve que contarle a QA. Al terminar de explicarle todo lo que me había pasado por la cabeza, él enmudeció y se hizo un silencio, pero nada incómodo, ya que al detallarle mi reflexión, me emocioné y necesitaba tomar aire. Él me dijo que también lo necesitaba y que era una de las reflexiones que más le habían gustado.


Del amor vínculo al amor iluminador, del amor morada al amor en expansión y del amor con pronombre al amor en la más absoluta libertad.









domingo, 1 de mayo de 2022

ENERGY AND ORDER

 


Nos quitan las mascarillas, se acaba la era en la que todos somos guapos con halo de misterio. Podemos vernos las caras, por fin, aunque en mi puesto de trabajo tenga que seguir llevándola por considerarse espacio sanitario. ¡No sabéis lo feliz que me hace tener que aspirar pelusas químicas!


Esta grata noticia viene acompañada de muchos acontecimientos que me han ocurrido en apenas dos meses. El último es que el Covid está acechándome, pues casi todo mi grupo de amigos lo está pasando. ¡Qué pereza de pandemia! ¡Parece que no tenga fin! Una compañera querida me ha dicho que debo de ser malo de aúpa para haberme salvado de tres cercos agresivos del bichito sin que me rozara ni un solo pelo del cogote. ¡Cruzo los dedos para que siga así!


Pero estos no han sido los acontecimientos más destacables. ¡Tachán tacháaaan! Ahora vivo solo en un estudio en el famoso y multicultural barrio del Carmen, ubicado en la querida y reaccionaria ciudad de Murcia ¡Este hecho me tiene muy, pero que muy ilusionado! ¡No sabéis cuánto!


Tanto que debo contar cómo se materializó dicho suceso. Como va siendo una tónica en mi vida desde hace algún tiempo atrás, todo empezó con un viaje que hice para visitar a mi familia catalana. Parece que cuando nos juntamos, se produce una especie de conjunción energética que libera un haz de cambio que me hace moverme de una forma brusca.


El viaje fue al pirinéo gerundés, más concretamente a Campelles, un pintoresco pueblo que tiene en su haber mas esteladas que casas y unas piedras volcánicas que son de la época de Pangea. Esto me perturba bastante. La reunión fue en un complejo de apartamentos preciosos con vistas a un prado y a un bosque de castaños. La neblina que nos acompañó todo el fin de semana impedía que viéramos mas allá de diez metros. En medio de ese prado había una vaca que había cagado y parido casi al mismo tiempo, esto me perturba más aún. 


Llegué anocheciendo y el termómetro se desplomó hasta los 2 grados. El frío era terrible, pero se paliaba con el calor de nuestras discusiones sobre cualquier tema. Por poner un ejemplo, si hay una frase que caracterice a la familia Pérez, esta es : “¿Me vas a dejar que hable?” Aunque dicha con mucho amor, también os lo digo. Los Pérez no celebramos comida o  cena en la que no haya una polémica, una guitarra y el desafine de los vinos de más. Digamos que solo se salva un primo mío, que quiero como parte mía que es, que es el único que afina, y esto ya es para quererlo.


El último día de mi estancia allí me encargaron la buena labor de vigilar que se doraran unas cintas de tocino en el horno. Intuí que tardarían más de 40 minutos, así que me fui al apartamento donde estaba mi primo mayor (tengo muchos primos catalanes, como habéis leído), quien atesora la mayor parte de los vídeos que existen de mi familia. Empezamos a rebuscar en su disco duro y encontramos uno especial: un cortometraje de 1993 que recoge el momento del cante de misa de mi otro primo, sacerdote, en la Ciudad Condal. Recuerdo que la familia entera acudimos a tan bonito acto.


El vídeo comenzaba con una comida en el jardín de una pequeña casita que tenían mis tíos en el barrio de la Taxonera, cerca del complejo hospitalario Vall d’ Hebron. De repente, yo hacía acto de presencia con un pelazo que ni Tom Jones. ¿Quién no tiene pelazo con 17 años? Ese volumen solo es propio de esa edad, junto con los granos en la barbilla y los surcos nasales, amén de la grasa capilar. De pronto, se oía a mi padre y, acto seguido, lo enfocaban diciéndonos que éramos muy lentos, que, o salíamos de la casa o se iba solo. ¡Cómo se cabreaba en aquella época, mi señor padre! ¡Tenía un carácter como una pólvora! Me emocionó mucho verlo tan joven, sin que nada le doliese, regañándonos, pero feliz de ver a casi toda la familia unida. Fue un momento agridulce, ya que, por un lado, me dio alegría verlo, pero, por otro lado, me produjo una tristeza enorme, y los sentimientos me abocaron al llanto de la emoción de un duelo que se resiste a finalizar. 


Y en esas estaba cuando de repente, así, como si nada, se oyó claramente mi nombre completo. Un grito que hizo que virara de un estado melancólico y triste a un estado de alerta. ¿Qué cojones había hecho yo para que se oyera “Antonio” de forma tan exacerbada? 


“¡El tocino se ha chamuscado, la casa huele a quemado!". "¡Como si no fuera poco lo de la vaca!". "¡Para una cosa que te encargo!” Estas frases las pronunció una prima mía cargada de razón y nervio. Intenté explicarle que me había emocionado, pero no me dejaba terminar, se ponía más nerviosa todavía, decía que no metiera a mi difunto padre como excusa en mi falta de atención en una tarea que me había encomendado. Y con esto me callé. 


 Me volví a la Vega Baja, con el frío metido en el cuerpo, pero con la sensación de que ese viaje me abría una puerta. Algo se venia de nuevo 


Quince días después encontré en Idealista un loft pequeño, aunque muy bonito, por las fotos me imaginé viviendo allí. Cuando hice la visita con el guapo agente, sentí que un nuevo comienzo estaba a la vuelta de la esquina. ¡Volver a empezar! Esa historia es digna de contarla en otra entrada. ¡La próxima, para ser exactos! 


Pero antes de dar por finalizado este relato siento la necesidad de brindar mirando al cielo y hacia el norte, porque cuando me junto con mi familia soy muy feliz, pero que muy feliz. De esa felicidad solo pueden venir cosas bonitas, aunque nos gritemos y nos quitemos la palabra, porque "Todo no va a ser pan de gloria".