No se si será el cambio climático o este calor empalagoso, pero este otoño empiezo a ver desde
la ventana privilegiada de mi tienda, parejas enamoradas de la mano y
besuqueándose. Es cuanto menos divertido ver tanto amor repartido por esta
curiosa calle.
Por
la mañana pasan dos amantes del vino barato
y el coñac mañanero. La pasión que desatan es un poco bochornosa, de las
de mirar con el rabillo del ojo y con la mano entreabierto en la mirada porque
de hacerlo directamente, la imagen se quedaría atrapada en tu retina. A medio
día pasa una mujer de vida alegre que reparte amor, cariño y comprensión por un
módico precio de 25€ (soy un investigador nato). Por la tarde es turno de la
pareja proyecto hombre (van con unas pintas de eso mismo), con un carro del Mercadona y lleno con
productos que no son, precisamente, del Mercadona.
El
estilismo tiene mucho que ver para que yo capte el amor que destilan. La pareja
denominación de origen llevan una prendas holgadas y casi sin lavar, con
colores intensos y alegres. La mujer datafono lleva unos outfits tan marcados,
coloridos y transparentes que es como un tipo de luminoso para advertir quien
es ella y a lo que se dedica. Caso aparte es la pareja “ Mas chutes
nooo…”, llevan ropa de caritas súper gastada y que algún día allá por los
ochenta, tuvo color.
El
color es sinónimo de amor y felicidad.
Aunque
en mi nunca se refleja dicha dualidad, no me gustan los colores y estoy enamorado;
enamorado de mi perra Miranda (no confundir sentimiento puro con
zoofilia), enamorado de una americana de Adolfo Domínguez de paño preciosa y
enamorado de los preludios de Chopin que me hacen soñar.
El
enamoramiento de pareja es diferente, recuerdo una anécdota de cuando era
joven. Sábado por la noche, me había bebido 4 aguas con gas y mi cuerpo era una
válvula de una olla a presión. Al llegar las tres fuimos al local de moda donde
la tensión sexual era muy palpable, como la orquesta de viento que se alojaba en
mi pobre estomago. Notaba una sensación muy rara, no provenía de mi intestino,
si no, que me observaban. “Pero mira que eres engreído maricón” me dijeron
cuando les expuse mi 2ª preocupación (La primera era la cantidad ingente de
gases que albergaba) a mis grupo de amigos. Alguien me miraba y estaba muy
seguro. Mi cuerpo dijo que se acabó de contener nada más. La música House era
ideal para el camuflaje sonoro.
Y
justo cuando mi estómago estaba en la orgía de las burbujas, ¡¡¡AHÍ ESTABA!!!,
al final de la pista, un hombre cuarentón, con un atractivo enorme y la mirada
fija en mi. Cuando nos cruzamos esbozó
una sonrisa preciosa. Yo soy vergonzoso hasta la extremo. Él que era 17 años
mayor que yo se acercó y se presentó. Al
pronunciar mi nombre me salió Antonio con el fondo de eructo.
Mi adicción al agua carbonatada no ceso allí,
la relación con el cuarentón se finiquitó a los 3 meses, La mirada del chico que me gusta me estremece, a la par que me da una vergüenza y la
pareja “Mas chutes noo” se empeñan en venderme una muñeca de porcelana calva (¿Por
quién me habrán tomado?).
El
amor otoñal tiene su color y su estado físico, pero lo visualizamos de mil formas.
si te lo tengo dicho, tienes que dejarte ese vicio de las burbujas, y se que lo haces solo porque pone VICHY y eso a ti te pone, es como en una camisa donde en la etiqueta ponga CH, no te puedes resistir...
ResponderEliminarEmpecé a reconciliarme con el otoño cuando llegué al Valle. Durante toda mi vida había sido para mí la estación de salida del verano, de la última puesta de sol en la playa, del último romance veraniego, de las despedidas amargas ahogadas en lágrimas...Al llegar aquí descubrí un paisaje diferente pintado de ocres y marrones que invitaba a compartir paseos tardíos, castañadas al aire libre, tardes caseras debajo de una manta y en definitiva, a seguir viviendo...
ResponderEliminar