Que rollo es hacerse mayor. Esta
frase me viene mucho a la cabeza últimamente. Te das cuenta que estas haciéndote mayor cuando ves que tus
padres envejecen y cuando un teenager te aborda por la calle para decirte: “Oiga
señor, me puede decir la hora”. Humillante.
Cuando eres consciente de que el
paso del tiempo va contigo también, es
cuando descubres que existe la muerte y cuando descubres que los reyes magos son
los padres (presuntamente). Ya no puedes ir vestido para domingo de ramos con
calcetas caladas ni utilizar estuches con el grupo de parchís en la parte
frontal. Son tantas cosas bonitas y entrañables que aunque te quieras
identificar con grupos alternativos grunges, la nostalgia de la niñez te viene
por las noches cuando te vas a dormir en tu habitación azul con dibujos de coches en las
cortinas.
Yo tuve una niñez atípica y diferente.
Mi padre se dedicó durante mis 9 primeros años a inculcarme los gustos suyos.
Me llevaba todos los domingos por la tarde al fútbol Siempre me negaba a ir,
pero después de un capón y un ”Al coche” estaba listo para mi jornada
vespertina futbolera. El aburrimiento era total y me divertía viendo a las
señoras que iban con sus abrigos de pieles, El paso de las nubes y los pitidos
del silbato, cada vez que pitaba el árbitro le preguntaba a mi padre si había acabado
el partido ya. Mi padre tardo en aceptar que una de sus pasiones era para mí un
pestiño. Pero nuestro punto en común se lo deberemos a Esperanza Aguirre.
Vivía en un mundo donde lo que me
gustaba era lo normal, aunque ese mundo se desarrollaba en mi habitación y en
el entorno de mi casa. Muy extraño era el hecho de que no recuerdo soñar con
hacerme mayor. Mis gustos eran muy dispares, abarcaban desde hacerme uñas con
la cera roja que recubre el queso de
bola, a volverme loco cuando pasaba un
tren, los trenes me fascinaban, era el regalo que le pedía siempre a los reyes magos,
aunque algunos pensareis que era la Nancy Selene.
Soy consciente que cumplir años
es estar vivo, pero cuando la jornada laboral acaba y el día llega a su fin, me
asaltan los recuerdos de mi infancia. Dormía con una facilidad hermosa, El amor
de pareja ni existía, de hecho me daban asco los besos, no tener dinero para comprarme una chuche no
era mi prioridad y reírme a todas horas
de cualquier cosa. Todo era más sencillo cuando eres niño.
La niñez mola mucho, pero soy consciente de
que el paso de los años, Seguir riéndome de cualquier cosa, los golpes en la frente, unas arrugas de expresión(imperceptibles
al ojo ajeno) , las puñaladas traperas y los besos dulces a
quien quieres hacen la vida bella,
hermosa y que tenga un sentido fantástico.
Qué chulo....me ha gutado mucho y te he imaginado con tus uñas rojas....ja,ja,ja!!!
ResponderEliminarEstoy contigo hacerse mayor es un rollazo total¡¡¡, pero no me cambiaba a mis 20 años...y tú, como el buen vino, vas a "más mejor"...
Que relato tan bonito,muy chulo jo no sabia que tenia un hermano escritor.muy bueno jo cuando lo lees no quieres que acabe.estoy desando ver el proximo.un beso
ResponderEliminarSin lugar a dudas, la infancia es la parte más importante de la vida y la que comparativamente, menos pensabas en ella cuándo estabas en ella. La vida pasaba, crecías, te ibas haciendo mayor y eso significaba romper un par de zapatos cada dos meses.
ResponderEliminarRecuerdo como pensaba los veranos como interminables y soporíferos. En aquellos veranos dónde no veraneabamos, ir a la piscina municipal era cuanto menos, un acontecimiento brutal...y eso que había que llegar andando casi 4 kilómetros.
Pero lo que es la vida, ahora que puedo permimirte ir al fin del mundo, mataría por sentir esos 5 minutos de esa henchida felicidad de guerras de pistolas de agua y bocadillos de mortadela.
Bonito, bonito, bonito...
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