lunes, 2 de diciembre de 2013

Casualidad, no.


Las casualidades no existen. Las cosas ocurren porque la vida tiene que mostrarte algo. Que sea bueno o malo depende de tu percepción en ese momento.

Tanta profundidad se debe a que el sábado pasado recogí el edredón del tinte y quise poner la funda nórdica en estampado floral —cuando abro los ojos, me gusta ver flores, creo que despierto en un valle bucólico; delirios de un gay.

 Bueno, os cuento el suceso: la funda no estaba y no sabía dónde la había guardado. Tengo una memoria impresionante, pero en ese tema me fallaba. Mira que me acuerdo de cómo tira los vasos al suelo Manuela Trasobares —cosa que no me interesa lo mas mínimo—, pero acordarme de dónde guardé mi maravillosa colcha me resultaba imposible.

 Situaciones desesperadas requieren soluciones rápidas y ser consciente de que si no hacía nada, a la mañana siguiente me despertaría envuelto en franela azul, me hizo pensar en Ikea. Antes de darme cuenta, ya estaba en camino.

Para mí, comprar lo que sea es una emoción comparable a la que siente un futbolero viendo un partido en una pantalla de 60” con 3 litronas de cerveza (es para explicarlo lo mejor posible, por si algún hombre me lee).

 Al llegar a Ikea intuí que el ambiente estaba raruno y familiar (soy muy sensible para esas cosas). Lo que sin duda era perceptible era que no cabía ni un alfiler, y eso me hizo pensar si en realidad era tan necesario rodearme de rosas y paniculada estampada.

 Sí, era totalmente necesario.

Cada sección estaba más abarrotada que la anterior; y en cada sección notaba que yo ya había vivido esa situación o que el ambiente me resultaba demasiado familiar. A la altura de la sección de menaje y almacenaje de cocina, fui consciente de que mi mayor temor estaba rodeándome sin que yo pudiera hacer nada al respecto: estaba acorralado por parejas, parejas de todo tipo.

 Me di cuenta cuando un carro me arrasó y una pareja de gais gordos me dijeron al unísono: «Perdónanos, estábamos distraídos. Es que hoy es nuestro aniversario». Qué sincronización al hablar y qué poco me importaba su aniversario.

Me quedé petrificado porque no había nadie solo: todos iban de dos en dos, el único impar era yo. 

La soledad y las ganas de mandar a la mierda a todos se apoderaron de mí, pero imaginarme rompiendo vasos cual Manuela Trasobares contra el suelo, en las caras de la pareja gay, en el carro que me dio por detrás… Empecé a hiperventilar.

Recordé el curso de reiki y conseguí tranquilizarme y pensar cómo canalizar dicha ira. Últimamente estoy un poco sensible con este tema, porque veo que se acerca el invierno y es mi estación favorita para tener un compañero. El invierno llega y el compañero, no.

 El reiki también ha conseguido que me deje de blanderías. Me acordé de que uno de mis sentidos más agudos es el oído. Tengo un oído finísimo. Podría escuchar lo que decían las dichosas parejas y sacar mis propias conclusiones. No era mi primer objetivo, pero me reiría un rato y el camino hacia la caja se haría más rápido.

Primera pareja: ella monísma y él guapo a rabiar. Van de la mano y cada cosa que miran la comentan entre murmullos y risas. Vamos, un empalague total. Al acercarme, escucho que él le dice, sobre una toalla que han cogido, si la prefería en rosa palo o rosa envés de concha californiana. Nunca había oído ese tono ni ese matiz, pero la chica le contesta que ese es el que pegaba con el sujeta-cepillos de su casa. Sonríen, lo echan al cesto y se dan un beso. Conclusión: estos dan asco.

Segunda pareja: ella normalica, con cuerpo pera y él, calvo y atractivo. Ella empuja el carro con cara de estar muy harta y eso es lo que hace que me pegue a ellos al momento. Él lo mira y lo toca todo y revisa todos los precios. Ella mira el reloj constantemente y oigo que le dice que tiene ganas de llegar a casa para ponerse el pijama. Conclusión: pareja de años a punto de separarse.

Tercera pareja: me pilla. Abortamos plan de espionaje.

Me viene un golpe de maldad y conecto una aplicación que tengo en el móvil para ver cuántos gais tengo alrededor. Sorprendentemente, hay 35 a menos de 25 metros, sus fotos de perfil tienen la cabeza cortada y buscan unas perversidades que no puedo contar aquí.

¿Cuál es la enseñanza de ir a Ikea? Yo solo sé que Ikea tiene los pasillos muy estrechos.




2 comentarios:

  1. Al fin y además te has superado!!!!
    Gracias por el buen rato que me has dado

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  2. eres genial! me encanta, a mi la verdad el Ikea me agobia, es muy grande para un chico de provincias como yo, se te echa de menos en el blog, un abrazo fuerte

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