viernes, 25 de abril de 2014

El mas allá

Mi amor por las ciencias ocultas es tan tangible como un sobre de sopa Maggi. Ya lo he relatado en varias ocasiones: a mí dame adivinación, espíritus y civilizaciones perdidas e inmediatamente deja de interesarme cualquier cosa que tenga entre las manos (menos la comida).

Voy a hablaros de mis conexiones con el más allá, un tema que me produce repelús y fascinación a partes iguales. Fascinación porque soy creyente y el más allá me interesa mucho; y repelús porque no soportaría ser el niño de El sexto sentido, ver muertos y vivos al mismo tiempo haría que estuviera gritando en cada momento, a todas horas.

Para empezar —mal le pese a algunos que creen que soy la reencarnación de Lucrecia Borgia y Carmen Polo juntitas—, todos los videntes me han dicho que soy un ser de luz pura y positiva. Esto tiene su lado positivo y su lado negativo. El lado positivo es mi empatía con todo el que esté a mi lado y demás virtudes que, dada mi humildad, me da vergüenza enumerar. El lado negativo es más jugoso, más de película de terror americana, de esas de clase C o D.

Mi aura es muy potente, dicen, y atrae a los espíritus con dolor, a los carecen de luz para el tránsito al nirvana, cielo y como se diga en la religión islámica.

Supe de todo esto allá por 1995 (por aquel entonces, cuando iba a la peluquería, pedía que me vaciaran en pelo porque tenía tanto volumen que me agobiaba peinarme —si pudiera, le daba ahora mismo una tremenda bofetada a mi yo del 95—). Por causas que no voy a citar, me tropecé con una vidente que decía que, al verme, vislumbraba tres espíritus a mi alrededor, pero el que tenía pegado y sustrayéndome energía era el de un familiar indirecto que había muerto en un accidente. Por aquel entonces, no encajé bien la información. ¿Qué hacía un familiar que no había conocido quitándome energía? ¿Por qué no iba a fastidiar a sus familiares más directos? Me tranquilizó al decirme que con unos rezos se iría. La vidente desapareció y nunca más supe de ella. Y yo recé... ¡Vamos, si recé! Pero al no tener visión 4D, no sé si dicho familiar estuvo alojado mucho tiempo en mi particular Monte Gurugú.

Hace unos meses la historia se repitió, pero de una forma más trágica y más divertida. Esta dualidad suele ser una constante en mi vida: toda cosa negativa tiene un componente cómico.

En el transcurso de una noche de salida con mis amigos, conocí a un chico al que le gustaba y que me gustaba. Intentar hacerme el estrecho y el digno a mis 37 años recién cumplidos y pretender que tiene que haber un guion peliculero para el primer beso es de risa; así que me dejé llevar.

Creo que no hay nada mejor que los primeros besos, nada como el primer tonteo y las primeras conversaciones. Entre beso y caricia me decía que había algo especial en mí, algo que le atraía de forma mágica. Yo pensaba que era mi grácil figura o mi sex-appeal. Pues no, era mi poderosa aura blanca de energía positiva. Ante eso, muy a mi pesar,  lo abandono todo; todo. Me quedé pegado a él y le pregunté qué veía, si veía mi aura, si veía todo lo que me rodeaba y si estaba ese familiar indirecto pegado a mí. También le dije que estaba harto de ser una mopa del inframundo.

Me dijo que me tranquilizara y que disfrutara de nuestro affaire. Pero, como os he comentado, no era capaz de quedarme impasible y seguir abrazado a alguien que podía cambiar el rumbo de mi vida.

Al final cedió por mi insistencia para que me dijera qué veía. De repente, se quedó mirándome fijamente y se le llenaron los ojos de lágrimas, no articulaba palabra. Ante ese tipo de silencio, mi cabeza se puso a mil, pasaban pensamientos de que me veía en Nueva York firmando libros o cenando con Ana Rosa Quintana en un restaurante chic... Esos si los pensamientos eran positivos, porque si eran negativos, me veía como en El exorcismo de Emilie Rouse o con la Santa Compaña o algún familiar indirecto detrás de mí. ¡Qué fastidio de familiares indirectos! ¡Pegados a mí y quitándome la energía!

Después de dos interminables minutos, salió un quejido de su boca: «tienes a un familiar directo que ha muerto trágicamente y esa misma alma te está haciendo que padezcas melancolía y tristeza».

Enmudecí y un latigazo de electricidad me recorrió todo el cuerpo. Ese mismo día se cumplían unos meses de un suceso que no voy a relatar, ya que es muy doloroso. No sabía qué decir, esta vez no era un familiar indirecto, era relativamente directo, como decía él.

No entendía el porqué de esta nueva simbiosis, no entendía por qué esa alma se pegaba a mí como si yo fuera una bayeta con electricidad estática. Entonces, la tristeza que sentía de forma persistente era ajena a mí. La verdad es que eso, en cierto modo, me tranquilizaba.

Tuve que declinar su ofrecimiento de que siguiéramos nuestro affaire. La cabeza me daba muchas vueltas y al llegar a casa, fui directo a por una benzodiacepina. Lo que tenía que hacer al día siguiente requería que estuviera descanso.

Me lenvaté al alba y tardé en arreglarme 10 minutos. Cogí una rosa y una gerbera del jardín de casa y me fui derecho al cementerio. Me paré delante de donde están enterrados mis abuelos, les recé y seguí hasta donde está enterrado mi familiar directo. Le dejé la rosa y la gerbera. Y empecé a rezar. Cuando terminé de recitar las oraciones, le expuse: «He venido en son de paz, esa que me estabas arrebatando». Ese fue mi comienzo, para seguir diciéndole que tenía un montón de hijos, que fuera a quitarles la energía a ellos, pero que a mí me dejara tranquilo. En vida casi no sabía de él y ahora, después de todo el fastidio, tenerle pegado no era justo, nada justo. Con cada frase me calentaba más y más. Para terminar, le solté un «Déjame en paz» y que si algo me salía mal por su culpa, acudiría a cualquier hechicero o a Jennifer Love Hewitt, protagonista de Entre Fantasmas, que da más miedo que cualquier reina vudú.

Me di la vuelta y vi a dos mujeres enlutadas con la boca abierta. Las miré fijamente y les dije: «¿Quééé?». Ante tal descaro, no me contestaron. Volví a casa y durante ese transcurso de tiempo, recé el Padre Nuestro de antes del concilio y el de después, por no saber su validez exacta.


A lo largo de los últimos meses, parte de la melancolía se ha disipado. Mi vida se está encauzando poco a poco. Después de año horribilis, la sensación de que empieza a sonreírme es cada vez más fuerte. Pero también os digo que cada vez que me acuerdo del familiar directo, rezo un Padre Nuestro. Al hacerlo, inexplicablemente, me siento tranquilo y en cierto modo feliz.