Cuando crees que todo funciona de una forma correcta, que
estas por la senda que crees que va a ser la definitiva, llegan los golpes, de
efecto, que depara el destino. Son hostiones tremendos que dejan mareado y con
la sensación de ver pajarillos y estrellas orbitando alrededor de tu cabeza.
Cuando intento buscar explicaciones a semejante mandoble, que
-de forma unánime todo bicho viviente de mí alrededor intuía- me turbo y no
puedo pensar. La claridad de mente ha desaparecido y la pregunta de “¿por qué?”es lo único que tengo en la cabeza.
Ahora no hay marcha atrás. Me encuentro sentado aun. El
dolor de piernas y la fascitis plantar me impiden caminar. Tengo la sensación
de que el videoclip de karaoke de la canción de Ana Belén me ha engullido, “mi
cuerpo tiembla y puedo ver….”
Voy a hacer de esta experiencia una historia propia de un
episodio de un libro de autoayuda de esos que tanto me gustan. A lo mejor escribiendo
me aclaro y aparece alguna explicación o solución a esto que estoy viviendo.
Erase que se era un camino por el que andaba yo de un tiempo
largo hacia acá. No es que fuera un gran camino, pero lo había elegido y me
sentía genial allí. De vez en cuando se vislumbraba un paisaje genial, pero
cuando estaba recreándome, de la nada aparecía o un poste de luz o una señal de
precaución. Pero mi mente hacia Photoshop de forma automática y hacía un
barrido general para seguir viendo lo bonito que era todo. Es bastante hábil
para hacer desaparecer lo que no me gusta y transformarlo en algo genial.
Sorprende que los baches eran bastantes hondos y aparecían
de la nada, pero la comodidad de estar en un camino que lo hacía mío disipaba
esos enormes hoyos. Era como caminar por la vereda que hay al lado de tu casa. Aunque
me tropezaba muchas veces, siempre me levantaba riéndome, porque la caída era
tonta, propia de no mirar por donde pasas. Me levantaba solo, apoyándome en mí
y lo hacía de un salto.
En cierto modo el
camino me animaba a seguir, era como unos toques de atención los baches y las
consecuentes caídas. Aunque relativamente hace poco que las señales de precaución
se veían más repetidas y por casi todos lados. Pero la señal de “no pasar” no
estaba. Miraba alrededor cuando aparecían todas juntas y os puedo jurar que la
de prohibido el paso, no.
Tres meses hace desde que de repente, sin avisar, miro hacia atrás
y veo que hay muchas maquinas en la lejanía arreglando el firme. Detrás de
ellas se vislumbraba una persona caminar tranquilamente. Cuando miro hacia
adelante el camino ya no existe y me caigo. Esta vez el socavón era una zanja
que abarcaba todo. El golpe fue seco, tanto que me ha dejado sordo, en vez de pájaros
son pelicanos y las estrellas son asteroides muy feos y negruzcos, los que dan
vueltas mi cabeza.
Dicho camino, que ha estado 8 años haciéndome ver que lo
pedregoso era lo ideal, desaparecía de repente.
Yo tengo parte de
culpa de semejante golpe. La imaginación, con su Photoshop son muy ideales para crear bolsos, por ejemplo,
pero para hacer desaparecer la realidad y crear universos paralelos, pues como
que no. Un camino con baches y postes de luz es un camino con hoyos y
asquerosos palos de color caca, no un
paisaje propio de una ruta en el pirineo navarro, por poner un ejemplo
La sensación de estar andando por el sitio equivocado
durante 8 años no para de bombardearme.
Últimamente sentido del humor tengo poco y solo me apetece
poner nitroglicerina y hacer explotar el camino y a su viandante. Pero luego mi
corazón, que está dolido, me dice que no detone nada, que me marche por la
primera senda que encuentre y me dice muy bajito: “tiene que haber otro”. Tendrá
que haber muchos y estoy seguro que los hay.
Mi pragmatismo está en batalla con mi corazón, una batalla
que hace que vaya ralentizado en todo lo que hago y que necesite de ayuda para
caminar día a día. No tengo suficientes renglones para agradecer todos los
brazos que han aparecido, me cogen de las axilas para levantarme, para que no
me quede sentado. Sé que tengo que caminar pero ahora no me apetece. Estar
sentado mirando cómo se arregla el firme es lo que observo y me hace tener
sentimientos encontrados. Estos sentimientos me hacen recordar que lo que debo
hacer.
Levantarme es lo que debo hacer y caminar es la prioridad.
Echar a caminar sintiéndome bien por fuera, que me sienta bien por dentro es
cosa de tiempo.
Aunque esto se relata como un drama épico, esta historia es
una historia común, que se repite constantemente en la vida. Pero el matiz
cambia cuando uno la vive en sus propias carnes. Pero sigue siendo una historia
de un desamor, como una canción de Billie Holiday o un bolero de los que canta
Mi querida Mariella Köhn