viernes, 21 de diciembre de 2018

FAMILY


Las navidades están aquí y quiero que pasen ya.

No soy de los que esta contra de la bondad pasajera, los saludos por Facebook y las felicitaciones por Whatssapp. No soy el típico grinch y no Odio la Navidad que conste. No me gusta porque es cuando más melancólico estoy y empieza a hartarme sentirme así.

Siempre que llegan estas fechas me acuerdo de que me pasaba los días enteros segando hierba para los camellos de los Reyes Magos y la guardaba en el frigorífico, por si una hecatombe nuclear arrasaba con el alimento típico de los animalitos. Vaya  a ser que pasaran de largo sus majestades y mi Ibertren se lo dieran a otro. Habéis oído bien: “Ibertren”. Me fascinaban aquellos trenes no la “Nancy enfermera”.


Que no me guste mucho la navidad ahora es, en cierto modo,  por cómo vivía antes. Pues desde que tengo uso de razón la nochebuena se celebrará en casa de mi madrina, que es -a efectos- como si fuera mi abuela. En aquellos años nos reuníamos casi toda la familia de mi padre. Eran Noches Muy Buenas . Todo era caos y alegría, risas y vino, discusiones acaloradas y villancicos con mucha sorna.

Recuerdo que empezábamos la jarana por la tarde. Madre nos decía, desde bien temprano, que la ayudáramos, ya que le gustaba ir, por una vez en su vida, bien peinada y con las uñas pintadas. Pero a mis tres hermanas y a mí, lo que realmente nos apetecía era hacer lo contrario . Yo con la manía de meter hierba en el frigo.

 Imaginaos los gritos que podían caerme cuando madre, con el tiempo justo, veía que las “Robanisas” tapaban sus huevos rellenos. Hay una gran coletilla que reflejaría el sentir de mi madre y era:
  ¡¡¡Que aborresía me tenéis!!!

Llegaba la hora de irnos y, como decía, mi señora madre iba peinada de forma normal (no en modo Jaula) y las manos con olor a lejía de limpiarlo y dejar todo perfectamente ordenado antes de salir. Una cosa que recuerdo es que siempre la esperábamos los cinco en el coche.

Para llegar a casa de mis padrinos hay que pasar por un paso a nivel sin vigilancia. Este dato unirlo con lo del Ibertren


Llegar a casa de mi madrina era un momento especial. Siempre nos recibía mi Padrino, que a día de hoy tiene 89 años, ataviado con una bata de satén como la de serie de Los Colbys, la casa semi caldeada y mi madrina sin parar de sacarnos cosas para picar.


Tenía pensado  hablar de las cenas que nos montábamos, pero creo que voy a hablar de mis Padrinos. Después de mis padres, es lo más grande que tengo.Tienen ya de una cierta edad y se merecen este pequeño homenaje.

Al pensar en ellos me vienen a la cabeza muchos instantes. Podría relataros miles de anécdotas divertidas y menos divertidas, pero todas están guardadas dentro de mi corazón. Si mi me memoria desapareciera de golpe, seguro estoy de que al verlos, el amor que les tengo haría que los reconociera de inmediato.

Mi señor Padrino es muy patriarca. Trabajar con él en la huerta me ha traído muchos callos en las manos, risas y saber cómo agarrar una azada. Él es un hombre hecho a si mismo. Él sabe cómo hacer todo. Dando consejos es un figura. Os relataré uno.

Intentó que aprendiera a conducir con un Citroën cuatro latas, de esos que tiene un cambio de marchas muy primario y raro. Cambiar de marchas era súper difícil y soy un chico muy visual y ahí no ponía nada, tenía que estar mirando a la dichosa palanca. Mi padrino acabo gritándome fortísimo: “¡¡¡no mires la palanca!!! Tócala sin mirarla, como un pichín. ¿Acaso lo miras cuando lo tocas? NO LA MIREEEES”

Enmudecí, no era el momento de salir del armario.

Y qué no decir de mi madrina. Una mujer especial, sin maldad y con una paciencia infinita. A veces te encuentras con personas en la vida que todo lo hacen con amor y sin esperar nada a cambio. He tenido la suerte de que sea mi segunda madre.

Las anécdotas con ella son totalmente diferentes que con su marido. Suelo visitarla a menudo, especialmente los domingos. Sentarme con ella y escucharla es un deber que tengo con ella. Un deber que tendríamos que tener todos los que la conocemos.  Hacerla sentir que sigue siendo un pilar en nuestra familia, porque lo es por derecho, y porque quiero. De hecho los dos son muy importantes en mi familia.

Entonces sabréis, los que me conocéis, porque no me gusta hacer planes los domingos, el único día libre que tengo. Ese día es para disfrutar de mis padres, de mis padrinos y de mi familia en general.

Ah… y que, Feliz navidad, ya de paso.







lunes, 16 de julio de 2018

PROUD


Hace cuarenta años que se hizo la primera reivindicación del orgullo gay en Madrid. Vivimos un momento delicado, ya que se tienen más derechos que hace unos años, seguimos en un punto no definido. Mi carácter optimista y mi sentido del humor hace que vea los adelantos que hemos tenido las personas de mi condición.

Quien me conoce sabe que no soy muy de sentirme Orgulloso por ser gay, más bien lo vivo con naturalidad, el orgullo me lo hace sentir mi familia con las alegrías que da, mis amigos con sus metas alcanzadas y mi trabajo cuando vendo un par de gafas progresivas de 1000€. Orgullo por enamorarme (cosa que hace tiempo no ocurre) de otro hombre no. 

Como digo, lo veo y actuó de forma natural.

No fue siempre así, también lo digo. Al principio de los principios era más bien diferente. Sentir atracción por otro chico me creaba unos conflictos dignos de Juego de tronos.

Ser gay en un pueblo de poco más de 3000 habitantes dispersos en unos kilómetros a la redonda no era el paraíso que digamos. Yo fui de los atrevidos que prefería jugar al Elástico o los cromos a dar patadas a un balón. Aun sabiendo que sería diana de todos los calificativos que conllevaría, pero me lo pasaba tan bien superando a las otras chicas en elasticidad y acrobacia, que el dolor que me hacía cada vez que me decían “mariquita” pasaba a ser secundario. Pero dolor sentía, no lo podía evitar.

No quiero caer en el pobre de mí, porque no lo es. Es contar la realidad tal y como fue. Los que lo hemos vivido sabemos de qué hablamos.

Tuve que crecer fingiendo ser quien no era. Yo decía que me enamoraba de chicas y yo solo quería quitarle la ropa para ponerle otra más estilosa y moderna. Los años 90 fueron un desastre estilísticamente hablando, aunque se empeñen en ponerlos de moda.

Pasando los años, la máscara de chico hetero sensible, se fue al carajo y empezó a resbalarme todo, ahí fue cuando comprendí que era estar agusto con uno mismo. Aunque ciertas palabras siguieran removiéndome como una ortiga en la planta del pie. A día de hoy si oigo a la lejanía todo el listado de sinónimos de Gay de contexto, me hace tensarme de repente.

 Voy a contar una anécdota de hace unos días. Donde la palabra Maricón sonó dos veces y hasta ahí puedo leer. Voy allá.

Tengo un amigo que vive en Paris, ¿se puede vivir en un sitio más ideal? Creo que no, dejo de divagar. Cada vez que viene hacemos una quedada y vamos a comer o cenar en un restaurante chino donde los chinos van a comer, esto en Murcia es un exotismo os digo. Fíjate si me pareció extraño que mi primera vez le pedí la cuenta a un oriundo asiático, que pasaba al lado de la mesa, y él me dijo que era un comensal como lo era yo, con su acento típico. Yo le expuse que viniera con un cartel identificador, de esos que llevan las dependientas de H&M, la broma no le hizo ni la más puñetera gracia, acabé pidiéndole perdón. Es asombroso lo que me voy por las ramas.

Pues como decía, mi amigo y yo hicimos la quedada para comer en dicho restaurante. Siempre somos de pedir lo mismo, pero ese día me apetecía comer otra cosa y apareció ante mí, en la carta, “arroz envuelto en hoja loto” ¿Puede un nombre de plato culinario ser mas atractivo?
El paso de los años me ha hecho que desconfié de todo, que pregunte antes de lanzarme.  Y a eso me dispuse, saber que contenía dicha maravilla.
El camarero me dijo, con su característico acento:

   "Alós, veldula, jamón y Maliscón…"

Mis ojos se abrieron como un búho y gire la cabeza como una lechuza hacia él. Mientras mi amigo se rulaba a risa

 Le espeté: ¿has dicho maricón?

El pobre se puso nerviosísimo, porque era “Malisco” lo que quería decir, acto seguido esbocé una sonrisa mía para quitarle hierro al asunto. Luego recapacite sobre La importancia de una tilde bien puesta y también que aún sigue afectándome dicho calificativo.

Mi amigo es un millenial y todo esto se la trae al pairo, me contagie de él y nos pasamos riendo toda la comida.

Pero la tarde me deparaba algo más.

Cuando salimos del restaurante, nos fuimos a otro local para tomar el café y la copa.
Si es de sobra conocida Murcia aparte de su gastronomía, su alegría y su clima,  es la de Yonkies pidiendo. Hay muchísimos y siempre te piden 0.20€, que es muy poco la verdad. ¿Estará sujeto al IPC? 

Pues a mitad de camino  hacia una cafetería una señora de unos sesenta y pico, con un mono espantoso, no hablo de vestimenta que quede claro, nos aborda para que le demos 0.30€. Declinamos su propuesta de forma elegante.  Acto seguido nos dice que le compremos en un local que había cerca una lata de cerveza, de forma instintiva miro al local y está cerrado, le digo que no, mi amigo niega con la cabeza.

Ella desiste con cara de pocos amigos y se aleja en dirección opuesta. Pero se ve que no se queda contenta ya que a los pocos pasos grita: “Vayaaaaa par de maricoooones”

Me giro como la niña del exorcista y pienso que hay muchos sustantivos para hundirla, pero no creo que sea lo que se merezca ella, bastante tiene con que su adicción haya marcado su vida. También pienso, no va mal encaminada,  maricón soy algo y que ya va siendo hora de que todo me resbale más. Mientras pensaba esto mi amigo le soltó: Mari, tienes toda la razón, vaya par de maricones estamos hechos…. ¡También es verdad!  Solté de forma rápida, como una exhalación.

Aun lo recuerdo y me río, un sentimiento muy diferente a cuando tenía yo 20 años. Era oír dicha palabra e inundarme el miedo a que me descubrieran y me ridiculizaran. No es que sufriera muchas vejaciones ni el tan manido “Bullying”,  pero el sustantivo lo oía una o dos veces a la semana. 


Desde ese día estoy haciendo una terapia de choque. Me pongo delante del espejo, desnudo y repito una y otra vez “Soy maricón, soy maricón, soy maricón….” A modo de mantra. Lo digo porque quiero que desaparezca todo el miedo y la vergüenza residual que pueda albergar en mi interior. Solo los que lo hemos pasado, esto es difícil que desaparezca.

Creo que por eso es necesario tener un día para las reivindicaciones de nuestros derechos y demostrar que el amor y la unión puede ser patrimonio de todos, no solo de unos pocos. La identidad sexual, que nos viene de serie, la vivimos libremente y con respeto, no dictaminada por una sociedad que tienen en sus bases los preceptos de religiones dogmáticas.





miércoles, 14 de febrero de 2018

THE WAY


Me ha costado sentarme a escribir, por no saber qué historia contar. Es fácil escribir para no decir nada. Gran parte de los escritos que veo en mis redes sociales son parte de eso. Miles de frases contrahechas y libres de sentimiento. Posts planos donde una sobrevalorada felicidad se acompaña de fotos bobas y carentes de naturalidad. Esto no lo quiero para el Blog, que aunque tarde en actualizarlo, me gusta mimarlo.

Dicha profundidad me ha venido después de ver una película que, con maestría, te hacía pensar sobre lo maravilloso y absurdo de nuestra existencia. La película es “A Ghost Story”, de la que no pienso comentar nada, me gustaría que cada uno sacase su conclusión. 

Es una película de momentos.
Nuestra vida debería ser una secuencia de momentos agrupados junto a otros momentos de personas que nos importan. Aunque por desgracia a veces se mezclan con otros  momentos más desagradables, pero que se le va a hacer.

Aunque mi carácter se incline a la melancolía - esa de Banda sonora de Daniel Hart o Olafur Arnald-  voy a recordar una secuencia de momentos preciosos, divertidos y mágicos que viví el año pasado en mi camino de Santiago junto con un amigo precioso
.
Durante cinco días ocurrió un milagro dentro de mí. Pude ser consciente de  ver más allá de las nubes negras que te impiden ver la luz y todo de una forma sencilla y especial.

Levantarme a las seis de la mañana con el primer rayo de luz, ese que es como una guirnalda de octaedros, fue un momento único e irrepetible. Y es que madrugar mucho en mí tiene un olor especial.

Hacer el camino supuso dejar de ser espectador de lo que me ocurre a ser protagonista en todo. Pero sin egos ni pretensiones. Hay que caminar para llegar. Debes llevar tu equipaje si quieres estar decente y aseado. Aunque te acompañes de gente maravillosa, que era mi caso, y de peregrinos, el camino es un camino de soledad. Una soledad que se nutre de bosques verdes, laderas verdes y todo verde, que casualidad que el verde sea color de la  esperanza.

Caminar con música fue una gran elección. Con mi particular Soundtrack, los días los viví de forma intensa y sentida. Me asaltaban sensaciones y recuerdos vestidos de miedos, complejos y tristezas. En vez de apartarlas, que es lo que suelo hacer de forma automática, decidí mirarles a la cara, para que se me comunicaran conmigo. No había mejor momento que aquel, y los túneles de castaños centenarios invitaban al recogimiento. Todo esto siempre aderezado con un abrazo de mi amigo, también un algún palmetazo en la espalda, que nuestra amistad es eso.

 Hubo en aquel viaje un momento muy especial que voy a relatar…

Una pequeña ermita en un pueblo que tampoco puedo poner nombre fue donde ocurrió el instante más mágico que recuerdo. Llegué cansado y eso que hacia media hora que me había tomado una cerveza junto con una barra de cuarto con queso, tomate y atún. Os digo este dato por que los almuerzos a las 10:30 eran fantásticos y me sabían a gloria. Vamos  que llegué a la ermita. Y al entran la ausencia de luz y mis gafas foto cromáticas hicieron que no viera nada. Esa oscuridad me agobió de especial forma.

Como pude me coloqué en el segundo banco de la derecha. Viendo que los cristales de mis gafas tardaban en aclararse, opté por quitarlas. No es que sea rompetechos, pero nítido del todo, no veo.
Creo que fue un acierto desprenderme de mis gafas en la Ermita: todo cobraba un especial misterio, desenfocado, como un filtro de Instagram.

 Me percaté de la ventana que había en el altar, estrecha y alta. No sé si fue mi vista astigmática o que la luz empezaba a inundar la nave, pero empezaron a vislumbrar todos los frescos que había pintados, ni me había percatado que estaban pintadas las paredes. Me fijé en todos los rostros hieráticos de los murales. Me venían a la cabeza los libros de arte que me había leído. Una particularidad del arte románico era la de enseñar e infundir respeto. Cada gesto y posición de las manos mostraba un fin.

O las dos cervezas o que estaba cansado, pero estar allí me hizo que el espacio y el tiempo se evaporaran . De repente todo el mundo desapareció , hasta Q.A. Me quedé solo, sentado con las manos metidas debajo de mis muslos y con todos mis sentidos alerta ya que la situación que estaba viviendo era extraña. Un especial escalofrío me recorrió de nuca a tobillos
Allí sentí toda la esencia del viaje que estaba haciendo. El porqué de cada paso, la respuesta a cada pregunta hecha esa semana, mis ganas de llorar cada día. El no tener ampollas, que es muy sorprendente.

Necesitaba ese viaje y el más allá me lo puso en mi “camino”.

Descubrí que tenía valor a enfrentarme al todopoderoso miedo a estar solo, fuera de tu círculo de familia y amigos, casi sin dinero y ese ancestral miedo se transformó en un ridículo. Reconocí que saber perdonar también es tan necesario como beber agua. Llevar esa carga de tristeza y angustia por orgullo pesa más que dos mochilas llenas.

 Y lo más importante, siempre he estado esperando que alguien me mire a los ojos y me diga: “Te quiero”.  Dos palabras sencillas pero con una carga de magia tremenda.  Allí, sentado en un banco con carcoma, descubrí que había alguien esperando a que yo le dijera dichas palabras, que le diera, también, un poco de importancia en mi vida,  también estaba cansado de que lo machacara con melancolía pesada. Pero lo más necesario, merecía  un perdón.
Ese alguien era yo.

“Seguimos Antonio” estas palabras me hicieron volver al mundo real, cuando vi que tenía a mi amigo cerca  casi susurrándomelas, y me contó que ya había sellado nuestras credenciales y que debíamos seguir. Tuve las necesidad de abrazarlo para acto seguido darle las gracias.

 Claro que debíamos seguir, pero seguir siempre. El camino no ha hecho más que comenzar y es tan bonito que emociona.