sábado, 28 de septiembre de 2019

THE WAY, 2ND SEASON



Esta mañana recibo en mis notificaciones de mis redes sociales que la diva Omara Portuondo hace su última gira, y un concierto de los elegidos será en Cartagena. Esta señora tiene 89 años, una artrosis como una red de tuberías de un edificio del siglo XIX y canta como los ángeles. Tiene una voz de abuela que canta bien, un vibrato precioso. La descubrí allá por el año 2011 junto a QA. Desde esa misma noche me rendí a sus pies. Me emocione nada más salir ella  cantando el bolero “Llanto de Luna”.


En una entrevista leo que ella se mantiene tan longeva y activa porque viaja de un sitio a otro. Tiene que parar pero no se siente mal. Que una señora de su edad diga esto es para reflexionarlo mucho.

Hace relativamente poco que vine de hacer el camino de Santiago. Esta vez el portugués, junto a 3 amigotes míos de Orihuela, mi pueblo y el tuyo. Fueron días de mucho caminar, hablar y beber cerveza hasta el mareo. En los pocos momentos que he disfrutado del camino en soledad, mi mente me decía: “cambia, cambio, cambia, cambio...” Era como un bolero de Omara.

La entrevista y el camino han asentado una sensación que se plantó en mi parcela privada hace mucho tiempo, que quiero que se haga efectiva. La sensación de que en otro sitio puedo estar mejor.

Me es muy difícil explicarlo bien. Primero, porque puedo parecer un enfermo mental que le da poder a una voz interna y porque ahora mismo soy afortunado. Mis necesidades más primarias las tengo cubiertas. Trabajo, poco dinero y salud. Estoy emancipado y como comida de tupper de madre. Tengo a todos mis amigos cerca, menos a una que la tengo a 8 horas en coche. Mis padres, mis hermanas y demás familia querida viven a tiro de piedra. En mi trabajo me veo realizado y disfruto mucho de mis actividades extra. Lo de la voz interna es mi forma de orar, mi manera de entablar diálogo con Dios.

Todo lo que antes anhelaba, ahora no me hace feliz del todo. Omara y su frase me tienen privado: “no sentirse mal”.  Pues eso, que aquí no me siento bien.

Voy a explayarme en los momentos que viví en mi viaje de 6 días, y que me hicieron reflexionar sobre esta cadena de sentimientos. Momentos ubicados en el sur de Galicia.

Hacer el camino con tres personas más no es lo más íntimo que puedas hacer, ya os aviso. Pero los momentos de soledad fueron muy intensos junto a ese verde que lo tapiza todo.

Empecé el mismo día que cumplía cuarenta y tres años, una señal muy potente. Esa jornada quería vivirla con un poco de soledad y alguna banda sonora para poder descifrar lo que ocurre a veces en mi cabeza, pero a mitad de mañana estaba con dos estrellas de Galicia en el cuerpo y un bocadillo de tortilla. ¡Todo lo contrario de lo que había ideado! Y lo agradecí momentos de risas en el típico almuerzo son muy buenas para la salud mental.

La vocecita que quería oir lo hizo a partir del tercer día, rodeado de pinos y eucaliptos, con unas cuestas de 70º y mi pie derecho abierto. El intenso olor a eucalipto y mi dolor de pie activaron a la señorita. Pero antes de hablar tenía que dejar de quejarme mentalmente: “si me dolía el pie era una consecuencia de andar, nada que discutir”. Y nada más interiorizar dicha frase hizo acto de presencia, junto a una brisa con olor a mar y una temperatura especial, muy del norte (a lo que yo no estoy acostumbrado). Mi voz interior me decía que en Murcia ya no. Que empiece a mover hilos, tirar de quien tenga que tirar, pero Murcia no. A lo lejos aparecía Pontevedra…

Os tengo que decir que me dio mucho vértigo dicha afirmación. Recuerdo que abrí en especial los ojos. Estaba un poco asustado y aliviado a la vez, como quien suelta algo que tiene sujeto y en secreto mucho tiempo. De repente, apareció el miedo junto con todo su armamento para dinamitar esta locura.

Cuando creía que todo había pasado y el supuesto orden mental estaba asentado, ella me recordaba que le diera mil vueltas, lo que quisiera, pero que aquí, no. Era como una batalla mental, o mejor, como un partido de tenis (que es menos bélica la comparación). Pero fue escuchar una frase y todo se descolocó: “aquí todo el mundo tiene su vida y tú no”. Ganó la voz.


Paseaba ahora por campos de cereales junto con bosques de castaños, la brisa marina era más fuerte y movía todas las ramas. La BSO de ese viaje fue toda la música de la naturaleza, el ruido de los arroyos, el mecer de las ramas y alguna que otra risotada mía, fruto de las cervezas que bebía y de la alegría de quien se pone una meta que sabe que, antes o después, se alcanza.

A falta de un día para llegar a Santiago, pregunté qué tenía que hacer exactamente para que la maquinaria del cambio empezara. Mi voz ahí calló. Lo intenté varias veces y, al final, me dijo que disfrutara de lo que estaba haciendo, que ya habría tiempo de trabajar.

Eso hice, disfrutar de cada paso junto a los puentes de piedra, de los palmetazos en la espalda que nos dábamos los integrantes del grupo, del pulpo, que lo cocinan de forma fabulosa y, por supuesto, de llegar a la plaza del Obradoiro. Un momento que queda en mi retina otra vez. Esta vez sin banda municipal, pero con la cara de satisfacción de los cuatro saber que ese momento era nuestro.

Aunque me veáis decidido a empezar, tengo miedo a muchas cosas, pero esta vez no voy a dejarme llevar por él. Si me equivoco pues nada, empezaré de nuevo otra vez.