jueves, 20 de abril de 2023

IT´S 3.00 P.M. ON MY WATCH

 Llevo, desde un tiempo a esta parte, acordándome más de lo normal de cuando trabajaba en el geriátrico. Sí, antes de ser un tiburón de las ventas, me dedicaba a cuidar personas. Estuve trabajando en ello algo más de 5 años. A pesar de que pagaban una miseria, me gustaba mucho el trato con los pacientes, se creaban unos vínculos que todavía perduran, aunque ya no estén vivos. Esta sensación es muy extraña, pero siento cerca a abuelitos que fallecieron hace 20 años.


Con mucho amor, recuerdo a una señora que se llamaba Conchita. Es escribir esto y sonreír. Padecía una demencia atroz, no se acordaba ni de lo que había cenado, pero sí de lo que le ocurrió en 1946. Repetía hasta la saciedad la misma frase, hasta que alguna compañera le decía: "¡Conchita, por favor, no me lo vuelvas a repetir que me vas a volver loca!". Su contestación siempre era la misma, con un ingenio y sentido del humor como pocas: "¡Hija, ten paciencia conmigo, que estoy muy olvidadiza!".


Su camino a esa enajenación mental fue un sentimiento de culpabilidad que la venció, que le acarreó ansiedad, depresión y desembocó en esa demencia tipo Alzheimer que tenía. Ella era de dormirse tarde y se venía a nuestra sala, donde preparábamos la medicación, se sentaba y siempre me decía lo mismo: "Guapo, estoy viendo el reloj y veo que son más de las once, sensación de hambre no tengo, pero acordarme de cenar, no me acuerdo...". Yo le decía que había cenado sopa, y entonces ella saltaba de la silla diciendo: "Lo tenía en la mente, pero no me lo llegaba a creer, como estoy tan olvidadiza..." Yo me reía a carcajadas y ella me decía que era un demonio, pero que me tenía que querer.


Durante el tiempo que estuve compartiendo con Conchita solo quería hacerla sentir bien, cantándole boleros, escuchándola cuando me recitaba su poesía favorita, hablándole de cosas bonitas, cantando con ella las canciones de la iglesia o criticando Torrevieja. Esto último le fastidiaba mucho porque ella se consideraba de Pata Negra, que es como llaman en dicha población a los autóctonos. Durante el año y medio de nuestra relación sentí lo que siente un nieto que tiene viva a su abuela, una fuerte conexión, preciosa y especial. Puedo afirmar que me sentía como su nieto cuando me apoyaba en su hombro y ella me acariciaba la cabeza.


Y como toda historia que se precie, esta también tiene su magia y su misterio.


Del geriátrico donde estaba ingresada, yo me fui de un día para otro. El motivo por el que abandoné el centro fue por dignidad, no podía seguir trabajando en un lugar así. No pude, por lo tanto, despedirme de ella como debería haberlo hecho, yo vivía en Orihuela y eran casi 40 km hasta Torrevieja, ¡una paliza de coche!, y tampoco me apetecía visitar el centro, así que pasaron los días, las semanas, los meses y, de repente, un año y medio, no es que no me acordara de ella, es que me daba pereza coger el coche, aparte de que mi nuevo empleo no me dejaba apenas tiempo libre. Me daba pánico pensar que ya no pudiera reconocerme, que hubiera avanzado su demencia.


Una noche, estando dormido plácidamente, soñé que iba caminando por una vereda de mi pueblo en un día soleado y muy luminoso, recuerdo especialmente la intensa luz, y que alguien me tocaba el hombro, me revolvía y era Conchita, que solo de verla me entraban ganas de reír y de abrazarla. Recuerdo que estando un rato abrazados, me invadía una sensación de paz inmensa, que me decía que como no iba a verla, ella venía a verme a mí, yo le decía que, por favor, no me lo echara en cara, le intentaba contar por qué me había marchado así, de sopetón, y ella me ponía la mano en la boca y me decía: "No te estoy echando nada en cara, guapico mío, sino que como no vas, vengo yo", seguíamos hablando, pero no recuerdo nada más. Sí que recuerdo que nos reíamos bastante en el sueño y que me decía que era un demontre, pero que me quería como algo suyo. Me levanté emocionado, el sueño había sido tan real que podía sentir hasta su olor y, sobre todo, el tacto de su mano de abuela cariñosa sobre mi hombro.


Un día llamé al geriátrico preguntando por ella y me dijeron que hacía cuatro meses que ya no estaba residiendo allí, que se había marchado a la residencia pública. En cierto modo, me dio alegría, pues ese centro estaba gestionado por una muy mala persona. Localicé el teléfono de la residencia pública de Torrevieja y llamé, me contestó una chica joven, muy de la Vega Baja, le di mi nombre completo y me pidió que esperara, me tuvieron esperando más de cinco minutos con una música espantosa tipo tono de teléfono de 2005, a continuación escuché la voz de otra señora con un acento más marcado aún, ¡la Vega Baja es densa, aquí!, me preguntó que de qué la conocía, yo le dije que trabajaba en la otra residencia y que le tenía un cariño muy grande, me dijo que el día anterior por la noche le había dado un ACV (accidente cerebrovascular), un ictus, ¡vamos!, y que estaba en la UCI y no creía que saliera, y si lo hiciera, quedaría en estado vegetativo. "¿Mi Conchita en la UCI? ¡Pobretica mía!", esas fueron mis palabras. Rompí a llorar, y mi interlocutora, al ver que seguía llorando, colgó respetuosamente.


Ella vino a mi sueño, recuerdo su cara de felicidad, su pelo-jaula y su indumentaria: una falda de tubo marrón y una blusa de manga corta. En ese estado somos más receptivos y es la forma de comunicarse que a veces tienen las almas cuando están a punto de partir. En ese sueño me dio un cariño de abuela, cariño que sabía que me hacía falta, y al acabar se despidió porque tenía que irse.


A partir del ictus, nuestra conexión se hizo más metafísica. Ella estuvo en estado vegetal durante tres años, aunque su alma ya no habitaba ese cuerpo yermo, asistido y alimentado por sondas. Fui a visitarla al hospital, tenía la mirada perdida y en sus ojos ya no estaba mi Conchita.


Tiene, en mi corazón, el hueco grande que merece, con sus historias de los coros de Torrevieja, de su primer amor y su preciosa forma de hacer ganchillo. Su maternal manera de acariciarme y su sabiduría popular forman parte de mí, están ligadas a mi alma.


Toca cerrar esta entrada y lo voy a hacer como lo hacía ella, porque lo hacía con mucha gracia. "¿Qué hora es?... ¡Pues una buena hora para cobrar una herencia!", y se marchaba riéndose. De igual forma me despido yo.