jueves, 21 de diciembre de 2023

DO NOT LOOK BEHIND



Hace diez años escribí que la vida con treinta y siete es anodina, que no ocurre nada relevante. Pues aquí estoy, con cuarenta y siete, y poco más puedo decir. Llevo tres meses haciéndome a la idea, y poco puedo decir. Cuarenta y siete, coño. 

 Una cosa que me gustaría destacar sobre el paso del tiempo es el cómo vamos cambiando para adaptarnos a las situaciones que solemos vivir. Aquel chico que veía la vida insulsa a los treinta y siete no es el señor que ahora tiene diez años más. No estoy quejándome para nada, todo tiene su finalidad. 

 Desde hace algo más de dos años estoy trabajando en una óptica que tiene varias sucursales repartidas por toda Murcia. Pues hace relativamente poco, tuvimos una incorporación nueva, una chica con mucha vitalidad y disposición a la hora de hacer cualquier ocupación. Al tratar de enseñarle la forma de actuar acorde a la empresa en la que estamos contratados, me suelta un “es que yo soy así”. Ella no tiene por qué saber que esa dichosa frase la odio más que el demonio a la cruz de Santiago, esa declaración de intenciones me repatea mucho. Era la frase que me repetía alguien que he querido para desentenderse de todo lo que era obligación para con dos e imponer solo su apetencia para uno. Lo repito, ella no lo sabía, pero le cayó una reprimenda. 

 Independientemente de la connotación que tiene para mí, decir “Yo soy así” es muy poco acertado, porque no creo que nuestra forma de ser o de ver las cosas sea algo que se quede intacto en nosotros al pasar la pubertad. No soy el mismo que escribí un texto hace diez años hablando de lo anodino de tener treinta y siete, vuelvo a repetir, tampoco soy el mismo que trabajaba en la zapatería, ya que ahora vendo gafas, como no soy el mismo de antes del Covid, ya que estoy más gordo, ni tampoco soy el mismo de cuando murió mi padre, ahora la vida la veo con otro tipo de esperanza, tampoco soy el mismo de cuando terminé la relación con BK, porque creo que cometí un error y me acuerdo bastante de él, y tampoco soy el mismo de cuando me despidieron de Afflelou, porque allí no tenía ilusión y ahora, trabajando en Multióptiocas, la tengo. 

 Esto último tengo que desarrollarlo. La incorporación fue, justamente, después del cese no voluntario y con el motivo que se pasó de boca a boca: "Trabaja poco, y lo poco que trabaja, lo hace mal". Tal afirmación hizo que mi autoestima estuviera a niveles bajos y la inseguridad en todo lo alto. Así empecé mi primer día, con esa frase en mi cabeza, pero tuve una buena sensación cuando me recibió la primera compañera. Aún recuerdo su frase: “A ti no te tengo que explicar casi nada, vienes bien aprendido”. ¡Suerte que llevábamos mascarillas en aquella época, si no, mi emoción se hubiera visualizado! El tiempo fue pasando y las conexiones se hicieron buenas, en general. Me sorprendía que personas que nada tenían que ver contigo pasaban a ser más que compañeros. Es una empresa que te deja poco al margen de la improvisación, todo está esquematizado y, contra todo pronóstico, me gusta.

 Hace poco celebramos una cena de empresa donde tuvimos algunas bajas, pero estábamos gran parte de la plantilla. Allí, rodeado de chicas, con sus variopintos estilismos, que me gusta criticar, vino y cerveza. Una comida que a algunos gustaba más que a otros, riéndonos de cualquier suceso que ocurre en el trabajo o haciendo mofa de mis zuecos Birkenstock con calcetines de lana. Mirando de un lado a otro pensé: ¡Ni tan mal, qué a gusto estoy de estar aquí, tía! No todo es felicidad explosiva tóxica, ¡no!, pero sí que me encuentro en un lugar de trabajo donde me siento yo, en donde intento quedarme con lo bueno de cada uno, o lo menos malo. La precisión en el trabajo se lo debo a una, el quitarle importancia a las cosas se lo debo a otra, llegar puntual es cosa mía, dejar casi todo anotado se lo debo a varias, poner una sonrisa mientras digo hija de de fruta por dentro se lo debo a una en especial, no hacer las cosas con prisa es parte de otra, la dulzura y el saber vestir es simbiosis de una y yo, la dulzura y los días libres que tengo que cubrir son parte de una, cambiar los nombres de los compañeros se lo debo a una querida..., así hasta 22.

 Hace unos meses que me cruzo, casi a diario, con mis antiguos compañeros, a los que, por decisión propia, dejé de hablar. En esos cruces tengo varias sensaciones que me vienen a la cabeza, pero siempre acabo con el mismo pensamiento, que es: "Gracias por despedirme, gracias inmensas". Con el paso del tiempo esa relación no era sana para ninguna de las dos partes. Ellos dieron el primer paso, y yo lo concluí.

 Si no hubiera ocurrido esto, nunca hubiera entrado a trabajar donde estoy ahora y, por lo tanto, nunca los hubiera conocido, y eso hubiera supuesto un fastidio, una gran faena.