domingo, 1 de mayo de 2022

ENERGY AND ORDER

 


Nos quitan las mascarillas, se acaba la era en la que todos somos guapos con halo de misterio. Podemos vernos las caras, por fin, aunque en mi puesto de trabajo tenga que seguir llevándola por considerarse espacio sanitario. ¡No sabéis lo feliz que me hace tener que aspirar pelusas químicas!


Esta grata noticia viene acompañada de muchos acontecimientos que me han ocurrido en apenas dos meses. El último es que el Covid está acechándome, pues casi todo mi grupo de amigos lo está pasando. ¡Qué pereza de pandemia! ¡Parece que no tenga fin! Una compañera querida me ha dicho que debo de ser malo de aúpa para haberme salvado de tres cercos agresivos del bichito sin que me rozara ni un solo pelo del cogote. ¡Cruzo los dedos para que siga así!


Pero estos no han sido los acontecimientos más destacables. ¡Tachán tacháaaan! Ahora vivo solo en un estudio en el famoso y multicultural barrio del Carmen, ubicado en la querida y reaccionaria ciudad de Murcia ¡Este hecho me tiene muy, pero que muy ilusionado! ¡No sabéis cuánto!


Tanto que debo contar cómo se materializó dicho suceso. Como va siendo una tónica en mi vida desde hace algún tiempo atrás, todo empezó con un viaje que hice para visitar a mi familia catalana. Parece que cuando nos juntamos, se produce una especie de conjunción energética que libera un haz de cambio que me hace moverme de una forma brusca.


El viaje fue al pirinéo gerundés, más concretamente a Campelles, un pintoresco pueblo que tiene en su haber mas esteladas que casas y unas piedras volcánicas que son de la época de Pangea. Esto me perturba bastante. La reunión fue en un complejo de apartamentos preciosos con vistas a un prado y a un bosque de castaños. La neblina que nos acompañó todo el fin de semana impedía que viéramos mas allá de diez metros. En medio de ese prado había una vaca que había cagado y parido casi al mismo tiempo, esto me perturba más aún. 


Llegué anocheciendo y el termómetro se desplomó hasta los 2 grados. El frío era terrible, pero se paliaba con el calor de nuestras discusiones sobre cualquier tema. Por poner un ejemplo, si hay una frase que caracterice a la familia Pérez, esta es : “¿Me vas a dejar que hable?” Aunque dicha con mucho amor, también os lo digo. Los Pérez no celebramos comida o  cena en la que no haya una polémica, una guitarra y el desafine de los vinos de más. Digamos que solo se salva un primo mío, que quiero como parte mía que es, que es el único que afina, y esto ya es para quererlo.


El último día de mi estancia allí me encargaron la buena labor de vigilar que se doraran unas cintas de tocino en el horno. Intuí que tardarían más de 40 minutos, así que me fui al apartamento donde estaba mi primo mayor (tengo muchos primos catalanes, como habéis leído), quien atesora la mayor parte de los vídeos que existen de mi familia. Empezamos a rebuscar en su disco duro y encontramos uno especial: un cortometraje de 1993 que recoge el momento del cante de misa de mi otro primo, sacerdote, en la Ciudad Condal. Recuerdo que la familia entera acudimos a tan bonito acto.


El vídeo comenzaba con una comida en el jardín de una pequeña casita que tenían mis tíos en el barrio de la Taxonera, cerca del complejo hospitalario Vall d’ Hebron. De repente, yo hacía acto de presencia con un pelazo que ni Tom Jones. ¿Quién no tiene pelazo con 17 años? Ese volumen solo es propio de esa edad, junto con los granos en la barbilla y los surcos nasales, amén de la grasa capilar. De pronto, se oía a mi padre y, acto seguido, lo enfocaban diciéndonos que éramos muy lentos, que, o salíamos de la casa o se iba solo. ¡Cómo se cabreaba en aquella época, mi señor padre! ¡Tenía un carácter como una pólvora! Me emocionó mucho verlo tan joven, sin que nada le doliese, regañándonos, pero feliz de ver a casi toda la familia unida. Fue un momento agridulce, ya que, por un lado, me dio alegría verlo, pero, por otro lado, me produjo una tristeza enorme, y los sentimientos me abocaron al llanto de la emoción de un duelo que se resiste a finalizar. 


Y en esas estaba cuando de repente, así, como si nada, se oyó claramente mi nombre completo. Un grito que hizo que virara de un estado melancólico y triste a un estado de alerta. ¿Qué cojones había hecho yo para que se oyera “Antonio” de forma tan exacerbada? 


“¡El tocino se ha chamuscado, la casa huele a quemado!". "¡Como si no fuera poco lo de la vaca!". "¡Para una cosa que te encargo!” Estas frases las pronunció una prima mía cargada de razón y nervio. Intenté explicarle que me había emocionado, pero no me dejaba terminar, se ponía más nerviosa todavía, decía que no metiera a mi difunto padre como excusa en mi falta de atención en una tarea que me había encomendado. Y con esto me callé. 


 Me volví a la Vega Baja, con el frío metido en el cuerpo, pero con la sensación de que ese viaje me abría una puerta. Algo se venia de nuevo 


Quince días después encontré en Idealista un loft pequeño, aunque muy bonito, por las fotos me imaginé viviendo allí. Cuando hice la visita con el guapo agente, sentí que un nuevo comienzo estaba a la vuelta de la esquina. ¡Volver a empezar! Esa historia es digna de contarla en otra entrada. ¡La próxima, para ser exactos! 


Pero antes de dar por finalizado este relato siento la necesidad de brindar mirando al cielo y hacia el norte, porque cuando me junto con mi familia soy muy feliz, pero que muy feliz. De esa felicidad solo pueden venir cosas bonitas, aunque nos gritemos y nos quitemos la palabra, porque "Todo no va a ser pan de gloria".