Llevas años enredada en mis manos, en mi pelo… Así empieza
la canción de Coque Malla que, de alguna manera, suena en mi casa, como parte
de una banda sonora de estar encerrado. Pero no la pongo por nada en especial.
Ni tengo pelo ni tengo chica a la que añorar.
Me gusta escuchar música de amor doloroso, de tristeza…
Este confinamiento te hace pensar mucho. Estar un poco solo te lo hace aún
más. Pero no quiero parecer un personaje de finales del siglo XIX porque no soy
así, aunque me deje llevar por la melancolía, es pura estética.
Yo soy muy de tener los pies en el suelo. El pragmatismo se
instauró hace mucho tiempo en mi forma de actuar. No me dejo llevar por
euforias ni sueños que no sirven de nada. Solo me dejo llevar por lo que veo y
toco…
Os voy a relatar el día a día de un soltero maniático que
vive en 50 metros cuadrados, sin filtros de Instagram ni cosas por el estilo.
No sé si servirá de algo, pero por lo menos me desahogo.
Me suelo despertar a las 7:30 h. porque me suena el
despertador, que siempre se me olvida desconectar, o sea que me levanto con una
cadena de maldiciones tremenda. Acto seguido digo las palabras mágicas: “Alexa
reproduce David Bowie”, el artista es aleatorio y hoy toca este. Alexa me
contesta que si quiero suscribirme a Amazon music, yo le contesto como si fuera
Senyor, de la serie Years and Years. Alexa es un aparato sin
conciencia, y solo quiere que gaste dinero en subscripciones. Entonces, conecto
la música desde el móvil, esperando a que el dichoso altavoz con voz femenina
diga que el bluetooth está conectado. Todo esto lo hago siguiendo la misma
cadena de maldiciones.
El desayuno es siempre el mismo: un zumo de limón en ayunas.
Tengo la esperanza de que el limón licue todas las grasas que voy a ingerir a
lo largo del día, que serán muchas. Preparo el café y las tostadas con tomate y
lomo. Me lo zampo con ansiedad, ya que me levanto con un hambre voraz. Dicho
sentimiento lo tengo todo el día, y es mi lucha diaria.
Hace tiempo que
descargué una aplicación de hacer ejercicio y por fin dejó de ser
un elemento decorativo en la pantalla de mi teléfono móvil. Cada mañana
hago una tabla de ejercicios… No puedo mentiros, ahora que estoy
siendo sincero: en la tabla hay 9 y hago 4. Los 5 que me salto, o no son
beneficiosos para mis rodillas o hacen que mis vecinos den golpes con la
escoba. También os digo que esos 4 ejercicios me hacen tener unas agujetas
propias de una noche de amor intenso, dolor de después.
Con esa satisfacción de creer que he venido del gym, me
tumbo en el sofá a jugar a los mil y un Candy Crush que tengo en el móvil,
mientras escucho a Ana Rosa, María Casado y Susana Griso (¡no entiendo cómo hay
gente que se llama Susana! ¡Qué nombre mas feo!). La verdad es que cambio de
canal porque me producen varias sensaciones estas señoras carroñeras. Pongo
DKISS, ya que nos ponemos en modo miserias, ver mi vida con 300 kilos tiene la
dosis justa, y encima mitiga mi hambre hasta la hora de comer. Cuando llega esa
hora caliento un tupper. ¡Así de sencillo! ¡Cómo me gustaría contaros
recetas de cómo se hacen los aguacates con quinoa envueltos con hojas de loto
pekinesas sin covid-19…! Pero no, no sé cocinar y no me gusta. Tiro de tupper
de la mia mamma, que por cierto me quedan 3.
La siesta es tan necesaria como el ejercicio, pero aquí no
me salto ningún paso. Hora y media, religiosamente hecha. Soy de acostarme en
la cama. Me levanto muy aturdido, pero con claridad mental para ir
derecho al armario a sacar unos jeans de la talla 31 americana. Es mi medidor
de gordura y desparramamiento. Soy consciente de que los cuatro ejercicios no
van a mantener a raya el abdomen. Siempre es un drama ponerte algo que tienes
dudas de que te esté perfecto, pero ahora me concedo algunas licencias: si me
sube la cremallera, me conformo. Hasta el día de hoy me vienen, y puedo
meter el dedo índice y anular en el costado de la cintura. Momento de felicidad
en el que tengo que abrirme una cerveza y bailar éxitos de cuando era adicto a
todo lo poli.
Hora de las videollamadas. Antes de comenzar intento
ponerme cerca de una lámpara que no me dé la luz directa y pellizcarme mucho
los mofletes, para simular un color que no es el mío. Si estoy tumbado (posición
errónea para que te vean), me coloco lo que pille a mano a la línea de la
barbilla: la cara torta boba hay que disimularla sí o sí. Todo para que se me
vea bien, natural.
Hay que dar las gracias a toda la tecnología por ayudarnos a
sobrellevar esto. Estar conectados y poder vernos. Imaginaos esto en
1994. No había móviles, ni tablets, ni cosas por el estilo. Había televisión, una
por casa, teléfono analógico y varias radios. Acordaros de que por aquel año no
paraba de sonar la canción de Wighfield Saturday Night (comúnmente conocida por
Pili Ganará). Me han entrado escalofríos y una sensación de miedo tremendo.
¡Por fin llega la cena! Intento hacerme el Healty y
me hago un hervido con algo de pescado a la plancha… Pero mientras me lo
preparo puede caer una lata de anchoas, una cucharada sopera de paté vegano
(este dato despista y da para otro post ya que engordar, engorda)… Y, cuando me
sacio, me voy derecho a la cama. Por norma general salía a caminar,
¡pero ahora no me da la gana! Cama, y ver series acostado.
Este sería un día cualquiera de un soltero que vive solo en
su apartamento, que teme el contagio del Covid-19 y engordar a partes iguales,
que puede estar todo el día haciendo cosas o no hacer absolutamente nada. Esa
manía de llenar el día con actividades y colgarlas, en varias perfiles en redes sociales, me da entre risa y pereza.
El día da para mucho o para nada. Desde que empezó todo esto, me he propuesto disfrutar de la manera que pueda de todo lo que estoy
viviendo, ya sea escribiendo, disfrutando de mí mismo, escuchar
música y aburrirme. No creo que debamos tener una hoja de actividades para
ocupar el día… Si te aburres, ¡abúrrete! Mi consejo es ese.
Os quiero mucho a los que os quiero y a los que no, pues no
os quiero.
PD: No lo cito en mi timeline personal pero el piso lo tengo
limpísimo y ordenado.