Acabo de leer la
última página de “Niadela”, el libro que ha escrito Beatriz Montañez en su
elegida y dura soledad. Una historia que me enganchó nada más empezar. Tiene
como punto de partida, es mi opinión, la muerte de su padre. ¡Y ya no cuento
más! Pero tengo que deciros que ella dio un paso atrás para seguir mirando
hacia adelante, con sus tiempos, los que ella decida.
En el momento en que
alguien se marcha para siempre es cuando tu vida empieza a girar, a moverse
otra vez, aunque también se puede parar, que tampoco es malo.
Hace ocho meses que mi
padre falleció, hace ocho meses que mi vida se paró… Antes de ocurrir el deceso, sentía que mi
vida no tenía el control e iba a un ritmo muy acelerado, eso en un virgo
con ascendente capricornio es signo de fatalidad. Las mil y una sensaciones que
tenía me estaban generando ansiedad. La mesura y el sosiego son muy importantes para mí. Hay un refrán que dice que los cocidos se hacen a fuego lento.
Al pisar el freno como
de repente, todo se confabuló para que volviera a la casilla de salida, a casa
de mis padres, en la que ahora vive mi madre solica. Dejé mi querida Alberca
para irme a Desamparados, un pueblo al que nunca me he sentido vinculado. Volví
con otros ojos, quería descubrir qué tiene este villorrio de especial para que
mi familia paterna lo tenga en tan alta estima.
Los paseos por la
huerta no eran comparables a los del monte murciano, pero tengo que decir que
el olor a azahar y la brisa de levante empezaban a gustarme. Aunque lo que más
me estaba gustando era volver a ver con más asiduidad a mis amigos, tanto los
nuevos como los viejos. Encuentros de todo tipo, ya fuesen paseos por un paraje
lleno de abejas un poco hijas de puta como aperitivos en algún parque…, entre otras
cosas.
De siempre me ha
gustado escuchar y opinar de todo. Mis amigos ven en mí a un confesor, y
también a un buen juicioso. Dar mi punto de vista o una sentencia era mi forma
de poner la guinda, de tener la última palabra. Aquí es cuando me he dado
cuenta de las mil y una formas de relacionarnos que tenemos. Todos mis queridos
amigos tienen su particular forma de hacerlo con semejantes, con animales y
hasta con casas.
Algo ha cambiado
dentro de mí. Solo quiero escuchar y observar, mirar y prestar atención.
En estos ocho meses me
he dado cuenta de que se empiezan relaciones con un suceso que, por norma
general, distancia personas, que se dan oportunidades aún sabiendo que la
vuelta puede ser un fracaso muy doloroso, que una casa que no aísla ruidos
puede desestabilizar mucho, que un matrimonio nunca es para siempre, que un
divorcio es la solución aunque
de vértigo la decisión, que la familia siempre la tienes si la cuidas,
que una tarde en una terraza donde escuchas música y hablas, puede sanar más
que las medicaciones, y que la mejor forma de pasar los duelos es sin forzar
ningún sentimiento ni enmascararlo. Todo tiene su tiempo y todo tiene su
particular forma de sentir.
Todo este tiempo que
llevo observando y escuchando, no es que me haya hecho más sabio, sino que me
ha servido para tener un no-juicio que me está ayudando a ver la vida de otra forma,
más tranquila y más enriquecedora, a no valorar ningún suceso por enrevesado que sea. Mi respuesta a
casi todo lo que me cuentan es: “¿Te hace sentir bien? Quédate con eso y no me
marees más, cariño mío”.
Ya ha pasado algún tiempo
y mi vida continua. Observar y escuchar empiezan a hacer hueco a actuar, sentir
y reír. No sé si quiero una mejor versión de mí mismo, pero sí sé que quiero
hacer lo que me dé la gana. También me acuerdo de mi padre. Quisiera cerrar
este artículo con una mención a él, con una estrofa de una canción que seguro
que le hará sentir mucho en el plano astral donde esté ubicado. Me gustaría que
lo que vais a leer lo cantárais.
“Adiós papá, adiós
papá, consígueme un poco de dinero más….más dinero!!!!”