viernes, 10 de marzo de 2023

WAIT IN TWO MODES




 ¡Qué placer es ir al cine! Pero ese gusto lo supera el momento en que termina la película y comentas tus impresiones con tu o tus acompañantes. Además de eso, también me gusta poner el oído en modo cotilla y escuchar todo lo que comentan los vecinos de butaca. Soy capaz de mantener una conversación fluida y escuchar lo que dicen los que están sentados en 6 plazas a cada lado.


Hace relativamente poco fui a ver El Agua, película dirigida por una directora novel oriolana, rodada en su ciudad natal. La expectación fue máxima, todo oriolano viviente quería ver su ciudad reflejada en la gran pantalla.


Recuerdo que cuando me llegó la sinopsis y la leí, entendí que hablaban de una comarca, no de una ciudad, pero bueno, fui con la mente abierta, a ver qué historía me contaba Elena, que es como se llama la directora.


De la película no voy a contar nada, creo que, para juzgarla, es necesario verla, pero sí os digo que me fascinó. La historia es sencilla y profunda a la vez, hace un retrato de una generación en esta Vega Baja mía, magistral.


Fuimos al cine cuatro amigos, salimos satisfechos, con impresiones diferentes, pero nos gustó. Mientras hablábamos, mis oídos se pusieron en modo radar para captar comentarios aledaños. Procesé varias frases que abajo os enumero:


“¿Coño, tan bastos somos?” - “Chica, el padre es de Benijófar” -  “Podrían haber sacado un poco la catedral, ¿no?” - “Nena, la que sale casi el final ¿es la Manolea?” - “Chacha, todo esto que cuenta, ¿es verdad?”- “¡Vaya puta mierda, vámonos a la bocatería, que me rugen las tripas!” - “Pues una de las señoras que mira a cámara es mi suegra”- “Pues yo me he quedado igual, no sé qué quiere “desir”!”.


Mis vecinos del cine no compartían el sentimiento positivo que me dejó a mí, el film. No sé si por el boca a boca, la campaña de marketing o... ¡ni idea!, pero esta gente tenía unas expectativas sobre la película que no se cumplieron. Los gustos son soberanos, como los pies, cada uno los suyos.


Pero yo me quedé dándole vueltas a la cabeza sobre las expectativas y/o esperanzas que tenemos hacia cualquier acto, persona o lo que sea, cómo llega a condicionarnos tanto en el antes como en el después, lógicamente.


Aquí me siento a escribir sobre eso: expectativas, esperanzas. ¿Son lo mismo? ¿Son un aliciente o son un peso? En mi caso siempre han pesado, mi mente tiene el don de adornarlo todo según ella crea, y cuando soy consciente de la realidad es como un cubo de hielo se vaciara en mi cabeza. Todo lo que he vivido con placer ha sido sin esperarlo, sin esperanza y sin expectativa alguna.


Entiendo que es difícil no tener un ruido mental antes de que te vaya a ocurrir un suceso, por ejemplo, que vayas a conocer a una cita Tinder, a hacer un viaje o que tengas una cena de compañeros de EGB, pero yo aquí me hago un lío, ¿son esperanzas de que todo salga de forma beneficiosa o son expectativas? Analizándolo bien, pienso que las expectativas son algo más técnico, más normativo y, por el contrario, las esperanzas, algo más de sentimiento, alma, corazón... Las expectativas pueden ser buenas o malas, pero las esperanzas son de mil formas y siempre positivas. Nunca se tiene una mala esperanza. Aunque doña Rosita, en la obra de Federico Garcia Lorca, tuviera la esperanza muerta.


Entonces me quedo aun más pensativo. ¿Poner expectativas es malo? ¿Tener esperanza es malo, igualmente? No sé bien qué decir al respecto. También os digo que recodar la obra de Lorca me hace pensar aún más: tremendo es alimentar una esperanza a sabiendas de que no va a suceder.


Demasiadas preguntas tengo en mi cabeza. Voy a planteármelo con sencillez, aplicándomelo a mi día a día. Voy a poner en altas expectativas mi asiduidad al gimnasio y la esperanza de que podré volver a meterme en la 38 de un grupo textil conocido.


¡No estaría mal! ¡No estaría nada mal!