domingo, 19 de mayo de 2024

THOUGHT AND RESOLUTION

 Son las 7 de la tarde, acabo de llegar de un evento, con dolor de pies, sensación de haber comido de más y de disfrutar lo más grande.

Ha sido una boda muy familiar y muy emotiva, alegre, distendida y sin etiquetas. En todas las partes de la ceremonia han sonado The Beatles, que no son, para nada, un referente para mí, sin embargo, sí lo fueron para mi padre. Fue su música celestial.

La novia ha sido la encargada de elegir las canciones, pues su padre, que es mi primo hermano, la crió escuchando al famoso grupo musical de Liverpool. Pero lo curioso es que fue mi padre quien le descubrió dicha música a mi primo cuando este aún era un preadolescente, por lo que, en cierto modo, la figura de mi progenitor estaba bailando con nosotros, de forma arrítmica y torpona, que era como él lo hacía.

La emoción de la ceremonia dio paso al banquete y luego a las copas, para terminar bailoteando. Empezaron poniendo música discotequera de Donna Summer, y los pies se movían solos. ¡Y eso que llevaba unos zapatos de Marni afiladisimos que me cortaban el riego sanguíneo podal!. Sonaron unas cinco canciones que fueron una locura para hacer el ganso y muchos pasos de baile antiguos, pero cuando empezó el reggaeton, servidor se recogió el traje y se esfumó sin despedirse. Es un ritual que acostumbro a hacer de un tiempo a esta parte. ¡Parecer un carroza me aterra! Y si me asalta la mala conciencia, antes de subirme al coche envío unos textos de disculpa por mi bomba de humo y me quedo más tranquilo.

 

El trayecto entre el salón de bodas y mi casa es corto, pero está infectado de cruces y semáforos. También hay unos inexplicables pasos de cebra que empiezan en un huerto de limones y acaban en uno plagado de robanisas. Tengo muy mal carácter conduciendo, y las ocurrencias de la DGT o del ayuntamiento de turno junto con la conducción lenta y a trompicones de gran parte de los murcianos me agrian todo el camino. Bueno, pues durante las 24 veces que paro en un semáforo en rojo, me empiezan a asaltar muchos pensamientos, y como no logro organizarlos, llamo a Eladio, que al descolgar me pregunta si estoy conduciendo, le respondo que sí y me dice: "Hermano mío, tengo la tarde super relajada y como sé que te vas a poner a gritar a la primera persona que se te cruce, no tengo ganas de malas energías, te cuelgo y luego te llamo. Te quiero, tuyo siempre". ¡Cómo me conoce, el jodÍo!

 

Por un momento, pienso que mi amigo tiene razón, así que pruebo a respirar y que no me altere nada. En la sincronización de dicho ejercicio la mala leche se va disipando y empiezo a ver con normalidad lo que antes veía con ira. De repente, me vuelven las ideas, es decir, los pensamientos que antes os decía que no podía organizar, o, mejor dicho, expresar.

 

Venía de celebrar una boda preciosa, en la que brindamos, reímos y criticamos, dicho sea de paso. ¡Vamos! Lo que se suele hacer en este tipo de celebraciones, tales como bautizos, cumpleaños, fiestas de fin de carrera, cuando consigues un ascenso que mereces o te entregan las llaves del piso en el que vas a vivir, cuando has vendido una tierra a muy buen precio o adoptas un gato que estaba en una protectora, o cuando te regalan una hucha con la forma del "sin rostro" de El Viaje de Chihiro…etc. Somos seres sociales que necesitamos comunicarnos y compartir instantes de felicidad.

 

Y de la misma manera también, necesitamos comunicarnos para compartir el dolor, dolor bajo mil formas, como la enfermedad terminal de un familiar querido, el despido inesperado del trabajo, que tu pareja tenga una doble vida o te pida el divorcio sin esperarlo, dolor porque no te hables apenas con tus amigos de toda la vida y no sepas el porqué, por ejemplo, por la persona que dejaste por miedo, de la que sigues enamorado y sin poder quitarte de la cabeza. Estas situaciones no son motivo de celebración, por supuesto, pero es verdad que cuando decides compartir ese dolor que sientes con quien crees oportuno, duele un poco menos, y aquí es cuando te das cuenta de quién está a tu lado, te entiende y no te juzga. No es para brindar, o sí, ¡eso depende!, pero saber que tienes cerca de ti a personas que te acompañan, te escuchan y te quieren..., ¡eso sí que es un gran motivo de celebración!

 

No sé si existe esto que voy a escribir, pero me viene a la cabeza una solución matemática, que si fuera real sería la leche: La felicidad se multiplica cuando la compartes y el dolor se divide.

 

Antes de llegar a casa, hago un recuento mental de las veces que me he callado sentimientos por timidez, por vergüenza o por no querer preocupar a nadie, veces que, si las hubiera compartido, las hubiera celebrado después, porque para estar bien hay que saber estar mal.

 

Aparco el coche con indicios de futura resaca, después de haber bebido varios chupitos de whisky, y fatigado mentalmente al recodar sentimientos dolorosos, y en ese momento me vuelve a llamar Eladio. ¿Llegaste bien, rey? ¿A cuantos les has gritado? ¿Cómo ha sido, la boda? ¿Te pusiste el broche de la gamba?

 

Después de responderle a todas y cada una de sus preguntas, le comento que he pensado en pasar el día de mañana con él, pues tengo que enseñarle fotos de la boda, comentar la lista de los mejores y peores vestidos y celebrar que tengo un grandísimo amigo entre mil.