¿En
qué medida somos responsables de la imagen que proyectamos?
La
respuesta sería muy variable en función de quién fuese cuestionado, pero todos
coincidiríamos en que somos potencialmente responsables de todo lo que
proyectamos, aunque nos duela un poquito al afírmalo.
La
comparación para intentar responder a la pregunta la haría con una tienda y su
escaparate. El escaparate es lo que hace atractiva o desastrosa a una tienda.
Por ejemplo, el escaparate que me representaría en el caso de que me
presentasen a Clive Owen, sería el de Louis Vuitton. Pero si me presentan a
Donatella versase, el escaparate sería de una tienda de fitosanitarios.
Cuando
conocí a uno de mis mejores amigos, su impresión sobre mi fue la misma que ver
una tienda de alta costura ubicada en una vía pecuaria de un pueblo turolense.
Vamos, que era un frívolo de pedanías.
Pero le hizo detenerse un poco, porque al mirar el escaparate vio al fondo un
sastre riéndose de sí mismo, tomando una achicoria con anís y con serriche
(planta horrible de la familia de las gramíneas) en los calcetines. Solo por
ver eso entró. Y entró para quedarse.
Alabo
el gesto infinitamente más al reconocer
que yo no suelo tener esa paciencia ni suelo ser nada condescendiente al ver
escaparates nefastos, si me paro, es para mirar mi reflejo, autoafirmarme
conmigo mismo y seguir camino.
Hace
algún tiempo me brindaron unos amigos queridos una cita a ciegas encubierta. Accedí por que encubierta era que quedábamos 10 personas con el susodicho. Mis
queridos amigos me conocen y saben de mis reacciones tanto para bien como para
mal.
El
lugar fue una ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme. Nos quedábamos a
pernoctar los 10 en su casa. Ese hecho me ponía nervioso ya que sentía la
presión de quedar bien, por ser tan hospitalario con todos, pero había dentro de
mí una sensación de descontento que crecía a medida que íbamos llegando a su
casa. Entonces ocurrió lo que no creía mis amigos que ocurriría, pero que yo
sabía hacía tiempo que pasaría. Al ver su escaparate me dieron ganas de irme a
mi casa. Pero había que ser correcto y comportarse. Nunca he podido esconder lo
que siento, siento que mi cara es
expresiva y aquí, me la jugó de nuevo.
Para ser más exacto fui muy desconsiderado, ya que todo lo que me salía por la
boca eran afirmaciones como: “que mogollón de calor hace en esta vivienda de
protección oficial”, “ ¿Tienes algo que no esté caducado?” y
“ Aquí huele a
cadáver”.
No
hace falta explicar qué tipo de escaparate mostré a la cita (desastrosa) a
ciegas, pero Os lo digo yo:
”Cerrado hasta el 2065”.
genial estansito mío, como siempre. deduzco que esa ciudad estaba en Turquía ¿no? jajaja, tú eres mucho más que esos prepotentes de diseño barato, y compras baratas por internet, de ese falso glamour de teletienda y conversaciones besuguianas. sigue escribiendo Antoñico, es un deleite leerte, besicos
ResponderEliminarEntonces, ¿las apariencias NO engañan?...
ResponderEliminarBesicos
¡Qué a gustito me voy a la cama!
ResponderEliminarBuenas noches y gracias
Bueno, yo no me quedé en qué no tenías NSR...
ResponderEliminarNo me gusta eso de juzgar a la gente por las apariencias, ya que la primera opinión que se han llevado de mi algunos de mis mejores amigos no me ha gustado nada...me gusta pensar que todo el mundo tiene algo si te detienes a descubrirlo...DENTRO DE TI HAY UNA ESTRELLA, SI TU QUIERES, BRILLARÁAAAAAAAAAAAAAAAAA
ResponderEliminar